lunes, abril 29, 2024
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La innecesaria ofensa

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La justicia ha prohibido la manifestación atea prevista para este Jueves Santo en Madrid. Habrá quienes crean que con esta decisión se ataca directamente a la libertad de manifestación y de expresión del colectivo que ha tenido semejante ocurrencia. Y digo ocurrencia porque quienes habían previsto una procesión alternativa a la procesión que tradicionalmente recorre parte del centro de la capital de España, lo han hecho no tanto por el afán de reivindicar su ateísmo, que en su derecho están de no creer, como de ridiculizar a quienes creen, que asistan o no a procesiones, en España son, somos, mayoría.

Siempre he pensado que si hay algún espacio sagrado ese es el de las creencias –o descreencias— de cada cual. Ningún ateo puede pretender que los demás lo seamos, ni quienes creemos que Dios existe pensar que porque nosotros creamos, los demás también tienen que hacerlo.

En nuestro país hay espacio para todos. Para creyentes y no creyentes sea cual sea la religión que profesen. Nuestro problema no es la falta de espacio para la libertad; nuestro problema, más bien el de algunos, es que se achica el espacio de la tolerancia, del respeto a los sentimientos ajenos. Jamás se me ocurriría mofarme de un ateo, ni consentiría que en mi presencia alguien se burlara de Mahoma  y reconozco que me ofende que se mofen, se burlen, caricaturicen la figura de Jesucristo. La ofenda se convierte en irritación cuando la ofensa es absolutamente innecesaria para reivindicar lo que uno es. A un ateo le basta con decir que lo es y no creer en nada pero ya comienza a ser sospechoso el hecho de asistir a hechos en los que de manera sistemática se ataca a lo católico y sólo a lo católico. Un profesor de filosofía amigo mío y más bien agnóstico hace un tiempo me dio una explicación: “Los que hacen estas cosas son los primeros en saber que Jesucristo dijo que había que perdonar setenta veces siete. Lo saben mejor que muchos católicos y por eso se atreven. Jamás atacarán una mezquita ni se mofarán del Profeta. Jamás lo harán”. Sólo añadir que ojalá sea así y no olvidar la máxima evangélica: “Perdonar setenta veces siete”.

Charo Zarzalejos

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