viernes, abril 26, 2024
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La rebelión imparable

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En la Plaza de la Liberación de El Cairo, miles de manifestantes concentrados desde primeras horas de la tarde no daban crédito a las palabras de Mubarak, transmitidas en directo por la televisión pública. Mubarak los trataba como hijos, les ofrecía protección y aseguraba su continuidad hasta septiembre recordando sus años de servicio público y su resistencia a los poderes y las presiones foráneas. La decepción era y es aún extraordinaria.

Los tiranos sufren de su megalomanía hasta el final. Esa enfermedad trasciende a cualquier otra, se superpone a la edad, a las enfermedades del riñón, los cánceres y a cualquier otro problema diagnosticable en un centro médico. Los tiranos, además, suelen quedarse sordos de tanto no oír. Y pierden el equilibrio y dicen, fruto de su vértigo inconsciente, bobadas de forma incontenible. Y con esa incontinencia agitan la ira y el odio frente a la perplejidad y la frustración.

Ceaucescu sufrió hasta el final los mismos males de Mubarak, y con ser el más occidentalizado de los tiranos del este, terminó junto a su señora fusilado por un pelotón contra una tapia. Unos años antes, Franco decía, en la Plaza de Oriente, que la conspiración internacional no le detendría y que los enemigos de España no podrían cambiar las cosas. Ya ven, tal cual.

La locura de los déspotas se manifiesta en sus discursos, en su lenguaje empobrecido por la liturgia de la vanidad, el yoismo imprescindible de quienes se creen y se sienten imprescindibles.

Pero a estas alturas, nadie puede creer que el aparato del estado consciente de la debilidad de su líder participe de cualquier manera en una política de represión que trate de eliminar la revuelta popular. El ejercito, con un alto nivel de consideración en la opinión pública, no querrá ser el sujeto contrarrevolucionario, perder el afecto social, y desaprovechar la oportunidad se ser el garante del cambio, cuando no uno de sus principales actores.

En estas horas de perplejidad y de reacción popular, el ejército debe estar valorando su papel en este proceso a espaldas del tirano, mirando así más al futuro que al pasado. Pero con ser eso importante, lo es más el papel de la sociedad en rebelión que no puede quedar en un segundo plano en un asunto que al final será, si siguen así las cosas, un baile de salón entre el déspota y los militares, con lo que eso supone de continuidad si no de este régimen, de otro más o menos igual. Debe el pueblo rebelde profundizar, marchar y hacerse con el poder. Si no, lo perderán para siempre.

Rafael García Rico

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