viernes, abril 26, 2024
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Hasta siempre, Sandokan

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Querido Luis:

A eso de las cinco de la tarde del 27 de diciembre de este jodido 2010 , me he quedado helado cuando un amigo, ajeno a los medios de comunicación, me ha dado la noticia de que habías abandonado sin avisar. No te lo reprocho, faltaría más, pero, egoístamente, tampoco te lo perdono.  

¡Joder, Luis…, con lo que tenías que enseñar!

Al leer el sentido obituario que Monserrat Domínguez ha escrito en El País (http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Maestro/television/elpepusoc/20101227elpepusoc_10/Tes)  he reparado en tu gran trayectoria profesional que yo conocía y que me habías contado al detalle cuando coincidimos en Telemadrid. Por diferentes motivos, como bien sabes,  ninguno de los dos estábamos en el mejor momento o, peor, a ambos nos habían robado nuestro espacio profesional. Dejémoslo ahí, Luis, no merece la pena remover.
Pero tampoco debemos olvidar. No Luis. No debemos olvidar por tu memoria.

Recuerdo, y ahora me hace gracia, que en esos tiempos tenebrosos para los dos en de Telemadrid, compaginabas la redacción de unos artículos que yo creía que eran para un periódico de A Coruña. Y resulta que no. O no me lo explicaste bien o yo no te entendí. El caso es que, ¿recuerdas? me pediste que terminara un texto para enviarlo y así lo hice. El colofón de aquello fue una “leche” en toda regla a César Augusto Lendorio.  Y no era para una publicación gallega, ¡era para la revista oficial del Deportivo de A Coruña! Lo bueno es que lo publicaron sin censura y cuando lo supiste nos reímos. Me dijiste…, “con amigos así no necesito más enemigos”.
 
Al margen de la anécdota, en los últimos años luchaste contra otros enemigos confesos y amigos inconfesables que trataron de mancharte. Eso lo digo yo. Y del mismo modo, añado, les salió el tiro por la culata. Que les jodan. Así de sencillo.
 
Luis, es que no puedo darle a las teclas del ordenador porque, al tiempo, me tengo que secar las lágrimas y soy incapaz de escribir más allá de lo que he llegado en este momento. Y te reconozco que mi llanto no es por ti, que lo es en el corazón, es por no haberte dicho antes cuánto te quería y por no haber sabido desenmascarar ojos verdes  traidores y sonrisas de falsa miel.
 
Queda dicho, Sandokan. Espérame en el cielo, que es tu sitio.

Alfonso García

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