sábado, abril 27, 2024
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Navidad

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Cerca del 75 por ciento de los españoles se declaran católicos, según el CIS, independientemente de su irregular asistencia a los oficios religiosos. El cuarto restante se lo reparten otras confesiones minoritarias y más de un diez por ciento de no creyentes o agnósticos. Creencias, cultura y tradición histórica y familiar se juntan en este alto porcentaje, uno de los más elevados de Europa. La declaración como católico no significa otra cosa que el respeto a las pautas que informan el Cristianismo, la fe en la existencia de Dios y la comunión en las creencias de una confesión con más de  mil millones de seguidores en todo el mundo, lo que significa un índice de bautizados del 17,40 por ciento del total de la población, según el Anuario Pontificio de 2010.

Si bien la práctica religiosa en nuestro país alcanza sólo a algo menos de la mitad de los católicos confesos, no es menos cierto que las expresiones y manifestaciones cristianas están presentes de forma recurrente en la vida, las costumbres, la cultura y hasta el folklore de todas nuestras regiones. El número de matrimonios católicos, con ligero descenso en los últimos años, sigue siendo muy elevado, como el de bautizos y el de personas que se entierran en sagrado.

Con estos datos en la mano ni se puede afirmar que España es un país socialmente laico –en la Constitución se define al Estado como aconfesional- ni se puede dejar de tener en cuenta la mayoritaria adscripción de sus habitantes a la religión católica. Incluso desde la perspectiva antropológica nuestro pueblo tiene en la Cruz su más alto signo de identidad.

La evidencia renace cada año con fuerza en estas fechas navideñas. No hay rincón de ningún pueblo o colectividad social donde no se instale un Belén más o menos aprovisionado de figuritas amorosamente diseñadas por la tradición artesana, ni familia que no se reúna en fraternal cena de Nochebuena, y no por mera casualidad, sino porque el 24 de diciembre se conmemora en todo el orbe católico el nacimiento de Jesús.

Por mucho que las nuevas costumbres y las formas de vida hayan ido aligerando los usos más antiguos de las celebraciones cristianas, los españoles conservan en lo más íntimo de su ser ese sentimiento devocional que impregna las fiestas de la Natividad y de la Epifanía del Señor, como ocurre meses después con la Semana Santa y otras fechas señaladas en el calendario litúrgico. Tampoco hay pueblo sin la procesión de sus santos patronos, sin la romería de alabanza a la Virgen María o sin la peregrinación a Compostela cada año que el día de Santiago cae en domingo.

Las obviedades que recojo en estas líneas pertenecen al común de nuestro desempeño personal y colectivo. Y por lo general no se conocen casos de individuos o grupos a los que molesten estas manifestaciones de religiosidad popular emanadas del fondo de la historia. La extravagante petición de algún aislado ciudadano que exige la retirada del Crucifijo de la escuela o la admonición  de un padre musulmán porque el maestro se ha referido al jamón, no dejan de ser pintorescos episodios que en todo caso, por su excepcionalidad, confirman la regla.

La Navidad y su mensaje de paz trascienden del universo católico para instalarse en el corazón de todos los hombres de buena voluntad, y nada lo evidenciaría de manera más elocuente que durante estas jornadas festivas callaran las armas y cesasen los contenciosos que mantienen a nuestro mundo en permanente estado de sobresalto.

Francisco Giménez-Alemán

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