viernes, abril 26, 2024
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Zapatero, del animal felino al cine mudo

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El 32 aniversario de la Constitución prometía pasar desapercibido por lo poco que tenía el acto de celebración. Pero la excepción, única regla vigente de este curso, ha unido el ánimo de los grupos bajo el primer estado de alarma conocido. La condena a los controladores, pasado lo peor, ha sido unánime. Y cuanto más se expresa el colectivo más se retrata con explicaciones que ofenden en proporción a la irresponsabilidad del sabotaje.

En primer lugar, no se arrepienten. Ni la cúpula de portavoces ni los trabajadores. Una de ellas, Cristina Antón, responde en su blog y en entrevistas que “fue un ataque de histeria sideral” y aunque “les tratan peor que a etarras”, “no dejaron los aviones volando sin control en el aire”. Los testimonios preocupan porque son compartidos. Como la esposa de un controlador tirando del miedo para próximos vuelos; es como si a un enfermo del corazón le opera un médico con párkinson. El resto es conocido. No tienen derecho a huelga, están fuera del sistema (ellos, el filo y el umbral de la pobreza), no cobran tanto (¿en cuánto estará el tanto?), y saltaron al suicidio colectivo por un misil-decreto que lanzó Pepe Blanco.

Digan lo que digan, su virtud es la escasez, de ahí los privilegios. Y el pulso, con la satisfacción de la mayoría, lo ha ganado el Gobierno. En el cómo lo ha hecho está la gestión política de fondo. El anuncio de la comparecencia de Rubalcaba de madrugada apartó a Blanco a un lado. El piloto de la crisis, en la mejor versión de Producciones Rubalcaba, transmitió informar, no improvisar. Y un mensaje rotundo: “No volverá a pasar”.

De decreto en decreto, Zapatero vivió en la noche del viernes al sábado, con su firma plasmada en la primera militarización de un sector civil en democracia, la jornada más dura de su mandato después de las congelaciones y recortes sociales. La pregunta es, ¿si decidió concluir una estrategia tan arriesgada, por qué desapareció de plano hasta el pasado lunes? Fuentes de Moncloa cercanas al Presidente expresaron su preocupación el mismo sábado. Algunos creyeron que el estado de alarma, como estado de excepción, requería de la escena presidencial. Llevarse el tanto era fácil: estrado, bandera, discurso sin preguntas. Ronald Reagan lo hizo. El presidente norteamericano dio cuarenta y ocho horas a los controladores para rectificar, Zapatero cinco, anteponiendo ambos la autoridad del Estado a las negociaciones laborales. Y si Reagan se alzó con doce mil despidos. ¿Por qué calló Zapatero?.

Desde su Gabinete algunos reaccionaron a la invisibilidad presidencial. Hay una clave, una secuencia subliminal en los telediarios que sirve como ejemplo. Después del Consejo de Ministros extraordinario y el anuncio de Rubalcaba, el Gabinete de Crisis se reúne de nuevo. Alguien decide grabar, o permitir que alguien lo haga, unas imágenes que se usan después en los telediarios. Zapatero, en un mudo, aparecía de fondo. Sus asesores querían garantizar, al menos, que estaba en Madrid, al frente de la situación, y no en la Cumbre Iberoamericana.

El fin de semana dejó a un Presidente sin sonido. Hasta que llegó el lunes y en la recepción del Congreso darle volumen no fue más acertado. Habló de dos cuestiones, Wikileaks y su eclipse, ese segundo plano. A su derecha, la multitud de gente haciendo cola parecía simular el Paseo del Prado en un lunes de fiesta. Y de nuevo el silencio, otro off the record. Zapatero y Rajoy discutian en los pasillos de la recepción en la previa al pleno extraordinario de este jueves. Así, Zapatero vuelve a compaginar dos perfiles tan nítidos como contradictorios. Mientras unos dicen que está de retirada, Wikileaks subraya a un felino en la jungla. Este jueves igual, despejará las dudas.

Brille o no, explicará qué hizo, por qué, cómo piensa resolverlo. A esas horas, la Fiscalía recogerá la versión, en calidad de testigo y voluntario, de treinta controladores. Además, cientos de denuncias ciudadanas. Y en el aeropuerto, una calma que no termina de llegar. Hoy mismo, decenas de pasajeros perdían vuelos debido al overbooking acumulado, y una trabajadora de Iberia recordaba, “el viernes se vivió como un secuestro, me llamaron dos pilotos, les estaban bajando del avión. Y se bajaron claro, asustados por que el caos pudiera provocar un accidente”. Puede que en el corto plazo de este jueves Zapatero lo tenga fácil, el peso de los que sufrieron el colapso va a caer de su lado.

Pilar Velasco

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