viernes, mayo 3, 2024
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Educación para la libertad

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Se produce en el País Vasco un debate acerca de implantar en las aulas la disciplina “Educación para la paz” en la que las víctimas del terrorismo expresen ante los escolares su desgarrador relato personal. La discusión se cruza no sólo entre nacionalistas y constitucionalistas, objetivos estos últimos de la amenaza del terrorismo. Por un lado, los grupos nacionalistas defienden que se resalte también el testimonio de otras víctimas de la violencia política (GAL, BVE, etcétera) -que estarán incluidas en el relato de la Educación para la Paz- y algunos plantean incluso que se informe en el mismo contexto de las víctimas de la violencia de género y de la delincuencia en general, lo que diluiría el objetivo de denuncia de una situación anormal como lo es una sociedad atenazada por el miedo.

Entre los propios damnificados hay algunos recelos. Sostienen que sin un decidido relato oficial de lo que ha supuesto el terrorismo en el País Vasco, que sancione moralmente a los verdugos, la pretensión pedagógica podría volverse en contra, y el testimonio de las víctimas ante algunos escolares desaprensivos, una nueva humillación. La discontinua trayectoria democrática en la sociedad vasca se pone a prueba ante una idea en la que no todos coinciden: llevar a las aulas el testimonio de las víctimas. Unos quieren que sirva sólo para la paz y otros reclaman la proyección de valores por la libertad.

Han pasado diez años del asesinato del columnista vasco José Luis López de Lacalle, quien defendió un cambio político “necesario” en plena campaña de atentados de ETA. El “vozarrón” de Andoain, como lo ha definido el intelectual vasco Joseba Arregui, que fuera fundador de CCOO y preso en las cárceles de Franco, había defendido en aquella tesitura que “si tuviera dos votos, uno sería para el PSE y otro para el PP”, los partidos acosados por ETA. Lo mataron por su irrenunciable pasión de libertad.

Decía Arregui al evocar a López de Lacalle que el nacionalismo pretende volver a gobernar no sólo “como si ETA no existiera” sino “como si no hubiera existido jamás”. El reverso de esta idea, la afirmación de que ETA existe y existió, se presenta como la condición necesaria para que pueda prosperar en Euskadi un discurso moral (y pedagógico) sobre lo que ha sucedido.

Hace ya un tiempo, el locuaz portavoz del PNV, Joseba Egibar, decía tener la piel del “paquidermo” para encajar los ataques políticos de los que era objeto, aunque es posible que también lo fuera para los argumentos ajenos a la propia parroquia. Un ejemplo de ello ha sucedido estos días con motivo del proyecto de prolongar una línea ferroviaria con Castro Urdiales, localidad vecina a Vizcaya y lugar de acogida de miles de vascos, expresado el viernes por el lehendakari para paliar las continuas retenciones de tráfico. En su particular ‘guerra’ con el Gobierno de Vitoria, el diputado general de Vizcaya, José Luis Bilbao (PNV), anuncia que no dará “ni un euro mientras esté en mi mano” para la prolongación de la línea de metro. Sorprende su airada respuesta, pero más aún su explicación: “No sé si es para ir a tomar potes y luego venir a comer a casa; quizás sea porque muchos dirigentes socialistas que alardean de defender lo de aquí, sencillamente viven en Castro y querrán tener un medio moderno de comunicación”. Como si fueran nuevos ricos, vaya. Lástima que su dura epidermis le impida sentir la piedad ante unos paisanos que tuvieron el triste privilegio de tener que renunciar a su barrio y a los que Castro les brindó un apacible lugar de acogida. Actitudes que también serían ejemplos para educar en la libertad.

Chelo Aparicio

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