domingo, mayo 5, 2024
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El Fracaso de Bond

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Soy de los que no creyó en el nuevo Bond cuando debutó en Casino Royal y ahora me reafirmo. La única excusa de este nuevo y último Bond es que el guión no vale nada. Lo cual es una novedad en los filmes de Bond y una rareza porque en este escribe el talentoso Paul Faggis.

Han querido olvidar que Bond debe seducir y matar, no andarse por las ramas enamorándose o atontándolos. Incluso se han perdido los personajes de M y del creador de armas. Para comparar estuve repasando Ashenden de W. Somerset Maugham, que es la primera novela de agente secreto. Así como al detective lo inventa Edgard Allan Poe y lo consagra Conan Doyle en Sherlock Holmes, al agente secreto lo crea Maugham, lo consagra John Le Carré y lo populariza Ian Fleming, sobrino de Maugham, con Bond, James Bond.

El agente secreto Ashenden es un escritor que trabaja para Inglaterra en la Primera Guerra Mundial. Su labor se reduce a viajar, hablar con varias gentes, pagarlos y enviar mensajes cifrados a Londres. No tiene que correr, ni matar, ni pelear, sólo lidiar con tipos como «el mejicano calvo» (¿por qué le llama el mejicano calvo? pregunta Ashenden a M.: «porque es mejicano y es calvo»).

En John Le Carré en cambio el agente secreto es mucho más sufrido, se juega la vida y además una vida sórdida. Todo lo contrario de Ian Fleming cuyo Bond lleva una vida regalada de glamour en casinos y hoteles de lujo.

Ashenden retrata el mundo de los años 20, Smiley el de la Guerra Fría, con un Richard Burton que parece permanentemente salido de su habitual resaca, en cambio Bond representa los felices sesenta cuando todo parecía posible para un agente de Su Majestad.

Nadie ha creado aún el agente del siglo XXI, la prueba es que todavía vivimos de Bond, que está a punto de hundirse ante las tentativas de cambiarle el talante. Pero Bond es un mito, un arquetipo que apela a emociones sumergidas en el subconsciente colectivo del hombre urbano del siglo XX y perecerá en el intento de volverlo romántico, lánguido o serio.

No hay Navidad sin su Bond, pero ésta, como es de rebajas, paranoia y culpabilidad financiera, tiene un Bond dubitativo, compasivo y enamoradizo: un desastre. Los arquetipos, una vez se ha dado con ellos, que es lo difícil, sólo pueden modificarse a riesgo de disolverlos en el magma de la vulgaridad, que es lo que impera, por cierto.

Luis Racionero

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