viernes, marzo 29, 2024
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El color del dinero

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por los mecanismos que se engranan entre sí para hacer funcionar su maquinaria al margen de los poderes establecidos y contra los cuales parece vivir por los siglos de los siglos, suponiéndose que debería ser lo contrario. Las cosas se desarrollan con la intención de ser operativas y fructíferas. Si al final del camino funcional no hay frutos, pues habremos hecho como dice el refrán: Un pan como una hostia. O sea, una minucia.

Estas líneas no provienen del título de la hermosa película de Scorsese del año 86, basada en la novela de Walter Tevis narrada en el maravilloso filme de Robert Rossen en 1961. Por aquí no transita el asunto de las apuestas en los locales llenos de humo, con olor a alcohol barato abiertos las veinticuatro a los que se accede por una escalera estrecha de subida y en los que, además de la barra, solo pueden encontrarse mesas de billar y algún taburete alto. Pero si que se huele a algún jugador de billar de aquellos impertérritos que rebañaban el dinero de los bolsillos de los demás. Porque los jugadores, los prestamistas y los matones suelen ir en pandilla aunque no desayunen juntos sino de vez en cuando, justo antes de algún ajuste.

Hace poco un amigo me contaba cómo una sobrina suya que trabajaba en una pequeña sucursal de una caja de ahorros en una ciudad del sur andaluz, situada en un barrio popular, una vez cada semana recibía la visita de unos viejecitos, matrimonio pensionista de avanzadísima edad que esperaba a que ella se quedara desocupada y despaciosamente se sentaban ante su mesa a esperar lo mismo cada semana: venían a que ella les enseñara su dinero. Cada semana venían a ver si lo que tenían ahorrado y depositado allí, mantenía el color, el peso y el valor que se les atribuía. Hasta hace muy poco tiempo, la anécdota no hubiera dejado de ser lo que era: Fruto de la ignorancia y la desconfianza natural de la gente sencilla que solo conoce lo que puede tocar. Naturalmente, la sobrina de mi amigo, tomaba de la caja un paquete cualquiera de billetes que ellos pedían permiso para tomar. Lo miraban, le daban vueltas, dice mi amigo que algunas veces, el viejito lo olía y tras ello, se lo devolvían a la empleada que lo restituía a su sitio. Los viejitos daban las gracias y salían reconfortados por la puerta de la sucursal. Habían visto el color de su dinero.

Estoy preocupado por si la estafa Madoff ha repercutido en el fondo de pensiones de los viejitos del sur. Me preocupa porque a lo peor, cuando vuelvan a acudir a su cita semanal, no les puedan enseñar su dinero y el asunto tenga consecuencias fatales.

El perro campaba sin collar, no porque se lo hubiera quitado ni porque se le hubiera desgastado y roto. No tenía collar porque las autoridades competentes estadounidenses, pensaban que el perro no necesitaba collar. Incluso, desde hace tiempo dejaban la correa inútil olvidada en el perchero.

Hay perros que se creen de verdad que el dinero es cuestión de apuntes en una u otra columna del balance y eso es la mayor falta de respeto al valor del trabajo humano. Porque el dinero tiene el color del esfuerzo, del sudor, de las pequeñas privaciones para ganar algo de seguridad. El dinero, aún siendo estampitas de los viejos trucos de los estafadores, tiene color y no es necesario ser ciego para saberlo.

Patxi Andión

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