miércoles, mayo 1, 2024
- Publicidad -

Aub y la memoria de los vencidos

No te pierdas...

Cuán reconfortante resulta la lectura en este calor de mil pares de sombrillas. Leer en los recesos, leer en los insomnios, leer en el umbral de la siesta y bajo la sed del último sol.

Leer, por ejemplo, “Vidas de Santos” de Antonio Lucas. Una antología con garras de bestiario que reúne la biografía a pedazos de un puñado de heterodoxos. Hombre y mujeres en el filo de la creatividad y de la demolición, artistas adictos a la obsesión y la ruina.

Como Rimbaud, como Pizarnik, como Lautréamont, como Panero (Juan Luis, por ejemplo). Otros malditos no aparecen en la corrosiva hagiografía de Lucas, tal vez porque en ellos la mala estrella no reside en el yo sino en la circunstancia.

Es el caso de Max Aub, seis letras golpeadas por todo el furor del siglo XX. Nacido en París en 1903, hijo de alemán y de judía francesa. Su familia se instaló en España en el temblor de la I Guerra Mundial, donde el joven Max fue modelando su sístole literaria y su diástole ideológica. Una y otra le procuraron al inicio de la Guerra Civil el rango de agregado cultural en la Embajada de España en Francia, donde entre otros trató a Picasso y a Malraux. Terminada la contienda, Max Aub fue acusado de comunista por las autoridades francesas que le confinaron una y otra vez en prisiones y campos de internamiento. Desterrado en Marsella, deportado a Argelia, furtivo en Casablanca. Y libre al fin en la ciudad de México, donde además de ejercer como profesor escribió obras de teatro, guiones de cine, novelas, poesía. Edificante manera de digerir el exilio.

Casi 20 años después de montar la náutica y desoladora “San Juán”, el Centro Dramático Nacional vuelve a detenerse en la obra de Max Aub. En esta ocasión, dos dramaturgos formidables -José Ramón Fernández y Ernesto Caballero- se han empeñado en refinar el texto original en el alambique de su ingenio. Su mérito,pulverizar en un único conjunto las seis novelas acerca de la Guerra Civil que Aub dedica a la Guerra Civil bajo el título “El laberinto mágico”. Su virtud,  dotar dicho texto de una luminosa llamarada escénica en la que el Aub novelista renace en el Aub dramaturgo. El mismo que apostara por el teatro experimental y hasta llegara a dirigir la compañía teatral “El Búho”.

“El laberinto mágico” suponía “la memoria de los vencidos”.

El resultado es una obra de dos horas de duración construida a través de cuadros sucesivos. Un piano y una batería acompañan cada uno de ellos, percutiendo los diálogos y encogiendo los silencios. “El laberinto mágico” se aprecia como una coreografía, una sincronía de movimientos bajo una tenue iluminación y un minúsculo atrezo principalmente compuesto por sacos terreros.

Un aluvión de personajes, todos alfiles y todos peones, conquista el singularmente extenso escenario del Valle Inclán. Los quince actores y actrices que integran el reparto se visten frenéticamente de caudillos, de milicianos, de espías, de delatores, de hambrientos, de desesperados. De muertos, que es ése el oficio de la guerra.

Este nuevo “Laberinto mágico” alterna breves episodios de muerte, de amor, de coraje. No existe un argumento aunque se detecta un primer impulso romántico y bravo que va desovando en una angustia sin más paliativo que algunas notas de humor: como la pareja de castizos que aún en su condición espectral continúa madrileando o como el auditorio de cuervos pertrechados de chistera y levita. Sea como sea los combativos anarquistas y los entusiastas comediantes de los primeros cuadros van dando pasoa personajes definitivamente heridos como el médico cojo, el juez despiadado, o la rubia que cruza y descruza las piernas.

Es el camino de rumbo sombrío por el que vira el laberinto de Aub. En ocasiones emerge alguna referencia histórica –el paso del Ebro, la Batalla de Teruel, la espera final ante los amarres desnudos del puerto de Alicante- o se evoca algún nombre real –Durruti, Miaja, Líster- pero principalmente abundan los lugares y los individuos que pudieran ser cualquiera.

Lo cierto es que Max Aub dejó escrito que “El laberinto mágico” suponía “la memoria de los vencidos”. Deliberadamente el autor no nos muestra más que el hemisferio izquierdo de la Guerra Civil, en un evasivo monopolio del horror y de la inocencia. Pero, tal vez también deliberadamente, aletea entre las grietas de su militancia el desconsuelo absoluto: “La guerra siempre se pierde”, “Éste es el lugar de la tragedia”, “¿Dónde estás, España? Siempre, siempre España”.

“¿Por qué se matan? Para que se sigan rajando sus sucesores”. Abrasadora manera de digerir el exilio.

Fernando M. Vara de Rey

Relacionadas

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Publicidad -

Últimas noticias

- Publicidad -