lunes, abril 29, 2024
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Quemando ruedas

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El descomunal incendio declarado hace una semana en el municipio toledano de Seseña ha puesto de manifiesto uno de los peores defectos de la administración española: la desidia a la hora de encarar determinados problemas. Suelen ser asuntos espinosos en origen y que luego, por falta de atención de las autoridades, se complican, se enquistan y crecen hasta niveles en que la solución ya es tan difícil y costosa que nadie quiere cargar con el muerto.

Eso mismo ha ocurrido con el cementerio de neumáticos de Seseña, declarado ilegal hace nada menos que trece años y desde entonces abandonado por sus dueños y por las administraciones públicas hasta degenerar en un problema larvado.

Ni el Gobierno central, ni los autonómicos de Castilla-La Mancha y Madrid, ni los ayuntamientos de Seseña y Valdemoro, por cuyos terrenos el vertedero se ha expandido como un tumor, han sido capaces de encontrar una solución. Y es ahora, trece años después y tras una desgracia de graves consecuencias para el medio ambiente (y está por ver si también para la salud de las personas), cuando todo el mundo ha decidido que ya es hora de hacer algo.

Somos campeones en arreglar lo que se rompe, pero fallamos estrepitosamente cuando se trata de prevenir y de adelantarnos a un descalabro

En España las cosas se arreglan así, a golpe de desgracia. Primero se nos ahogan los niños y después tapamos los pozos. Somos campeones en arreglar lo que se rompe, pero fallamos estrepitosamente cuando se trata de prevenir y de adelantarnos a un descalabro. Fiamos nuestro bienestar a la suerte y somos maestros en gestionar emergencias.

A toro pasado la reacción a los desastres suele ser magnífica: grandes despliegues de medios técnicos y profesionales muy cualificados; coordinación de los entes territoriales y entre los distintos niveles de la Administración; adopción de ambiciosos planes de emergencia y, si son precisas, reformas legales para que no vuelva a repetirse. La pregunta inevitable es ¿por qué eso no se hace antes de que pasen las cosas?

La columna de humo que todavía hoy mancha el cielo del barrio seseñero de El Quiñón, los vecinos con mascarillas y los niños con problemas para respirar y sin ir al colegio deberían llenar de vergüenza a los responsables públicos. En vez de eso, algunos han aparecido estos días en radios y televisiones para decir que ellos ya habían avisado de que algo así iba a pasar.

Y si lo sabían, ¿por qué en trece años no hicieron nada para evitar un problema que todo el mundo vio venir? ¿Por qué no impidieron a partir de 2003, cuando la Unión Europea declaró ilegales este tipo de vertederos, que el de Seseña siguiera creciendo hasta superar las once hectáreas de superficie y las 70.000 toneladas de residuos?

Desde luego no fue por no haberlo visto, pues su descomunal tamaño lo había convertido en un espectáculo para los conductores que circulaban por las inmediaciones y en un reclamo para las televisiones extranjeras. Muchas acudían a Seseña atraídas por uno de los peores ejemplos de mala gestión de residuos del continente. Aún así, ningún gobierno central ni autonómico –del PP o del PSOE- optó por meter mano al asunto pese a ser titulares de las competencias sobre Medio Ambiente y gestión de residuos, respectivamente.

El pasado 2 de mayo, diez días antes del incendio, el alcalde de Seseña, Carlos Velázquez, envió una carta al presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page. En ella le recordaba que la Junta no ha reservado partida presupuestaria alguna para atacar este problema y le pedía ayuda para acabar con el cementerio de neumáticos o, cuanto menos, para vigilarlo. Hoy, a la vista de lo ocurrido, esa misiva parece una premonición.

Ahora, como casi siempre, toca gestionar una desgracia e investigar quién puede salir beneficiado de ella, porque la Guardia Civil tiene pruebas de que fue provocada: el fuego empezó en tres focos a la vez ayudado por un acelerador –seguramente gasolina- para que las llamas prendieran bien en las ruedas a pesar de estar mojadas. Y se originó en el único lateral del vertedero por el que se puede acceder sin ser visto. Son factores más que suficientes para sospechar que aquí hay gato encerrado. La investigación, posiblemente, demostrará que lo ocurrido es obra de algún roñoso que decidió ensuciar el aire que respiramos todos y poner en peligro a miles de personas con tal de sacar algún provecho.

César Calvar

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