viernes, marzo 29, 2024
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Brexit o el lógico aburrimiento de los británicos

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Un amigo inglés me decía hace poco “no votaré por salir, pero tampoco tengo ninguna razón para que permanezcamos”. En la campaña sobre la posible salida del Reino Unido de la UE, además de las perogrulladas de los partidarios de la unión y de los burócratas de la Comisión, se están sirviendo de todo tipo de disparates, tal ese tory que dijo que si se quedaban serían como rehenes metidos en un coche. Lo importante es el cómo y para qué deberían quedarse.                                               

“no votaré por salir, pero tampoco tengo ninguna razón para que permanezcamos”

¿Qué hay en la Unión Europea para entusiasmar o, al menos, para convencer? ¿De qué sirve el costosísimo Parlamento? La burocracia de la Unión Europea se parece cada vez más a la del Imperio Romano de Oriente, es decir, a los bizantinos. Y ni los más europeístas tenemos argumentos suficientes para defenderla. Como las viejas parejas, no se divorcian porque es caro, es una lata y se quedan juntos por desidia y rutina.

La Unión Europea se ha separado de la sociedad. No hay participación real. Es algo lejano, que incordia y cuyos beneficios parecen recaer más en las élites políticas y los partidos profesionales que en el pueblo. Así se percibe.

Desde luego, con Juncker al frente es difícil entusiasmarse por Europa. Hay en las librerías de Bruselas un libro interesante que trata del paraíso fiscal luxemburgués que él mismo montó “Le loup dans la bergerie” (el lobo en la granja), de la magistrada francesa, hoy diputada europea, Eva Joly. Además de eso y de dar palmaditas en la espalda no se le conocen a Juncker muchas ideas.

No es por tanto casual que proliferen todo tipo de extremismos antieuropeístas, desde Marine Le Pen a Syriza, desde el austríaco Hofer a UKIP de Farage. Estos meten todo en el mismo saco, hacen la amalgama, desde el euro a la inmigración, desde el Islam a la deslocalización industrial. Parece que son los únicos que tienen discursos que encienden a los votantes. Discursos errados que no dan soluciones pero que hacen preguntas que nadie sabe ni quiere contestar.

Frente a los dicterios de la extrema derecha y de alguna extrema izquierda, los partidos tradicionales se han quedado mudos, roncos y catalépticos. Ni seducen ni convencen. Ellos mismos, con su especie de “centralismo democrático” casi leninista, sin debate, hicieron la política de la tierra quemada de los pensantes, los críticos y los disidentes. No es de extrañar que haya poquísimas ideas.

Las antiguas zonas industriales del norte francés, de Bélgica, de Inglaterra y Escocia, de Portugal, están devastadas, oxidadas y en ruinas, la inmigración desorganizada y desigual, la población envejece y predomina la falta de ilusión de millones de jóvenes europeos. ¿Qué respuesta ofrecen la Unión Europea, los gobiernos establecidos, los partidos democráticos y los sindicatos, tan confortables en su limbo de un Estado de bienestar exclusivo para los afiliados?

Lo que se debería debatir no es sólo un posible Brexit, sino el radical cambio necesario de la Unión Europea. Para convencer hay que cambiar de estructuras y de funcionamiento.

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

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