Seguimos sin gobierno y parece que no lo tendremos. En ausencia de gobierno, treinta mujeres han sido asesinadas; la economía se ha estancado o retrocede; las cuentas autonómicas se lían; Montoro campa sin control en el mundo de la indiscreción fiscal; lo de las dimisiones y responsabilidades políticas, bien gracias; y así sucesivamente.
Pero, dicen las formaciones políticas que podrían acabar con la interinidad, el asunto es culpa de otros. La pasada semana solicitamos, con escaso éxito, que se cumplieran con las obligaciones de cada cual. Y recordé en estas páginas, con el mismo éxito, o sea ninguno, que los partidos políticos tienen una obligación: proveernos, cada cuatro años, de un Gobierno.
Mientras no hay gobierno, los refugiados siguen apresados en las fronteras sin que España cumpla sus compromisos; el paro, supera el 20% de la población activa sin mejores perspectivas, la crisis repunta y las políticas de recortes se anuncian desde Europa y el FMI.
Un contexto, en suma, en el que es irresponsable mantener un gobierno que más que en funciones parece absolutamente desgobernado y que, por no tener, no tiene ni control parlamentario.
Cuatro meses después de las elecciones sólo la extensión de los egos, bastante inmadurez y un exceso de cálculo electoral explica que no haya gobierno. A partir de los acuerdos que han suscrito dos formaciones políticas podía, sin duda, crecerse en programa, en actitudes y en compromiso.
Esto es lo que debe entenderse: al abandono irresponsable de Rajoy siguió el compromiso de Sánchez y Rivera; que no se haya completado el camino es un fracaso político que, sin duda, la ciudadanía penalizará.
Rajoy lleva en modo campaña electoral desde el día que renunció a la obligación política que corresponde a la formación más votada. Un día se promete una reforma, al otro se da una paga y al siguiente se sepulta la agenda judicial con la esperanza de que el voto vuelva a repetirse cuanto antes.
Contábamos con ello. Quizá no contábamos con que se abortaran las posibilidades de cambio, demasiadas autopropuestas, vetos y descalificaciones y, en realidad, poco diálogo. Cada cual sabe lo que ha puesto en este proceso y a cada cual deberemos recordárselo.
Un país con una vida cotidiana profundamente herida por la crisis, las insuficiencias institucionales, la debilidad de la inversión y la atonía económica se arriesga a estar sin gobierno hasta septiembre u octubre, nueve o diez meses.
Es para hacérselo mirar; lo nuevo no era esto, lo nuevo era, precisamente, salir del politiquerío, la campaña permanente y la separación entre nuestra vida y la esfera política.
Lo nuevo no era esto, era salir del politiquerío, de la campaña permanente y la separación entre nuestra vida y la esfera política.
Los partidos se han puesto a construir el relato del fracaso para construir su precampaña electoral. Ya no solo tenemos culpables a los que señalar en la campaña sino que, ahora, las formaciones políticas suman agravios, han aumentado las fronteras que no existían cuando fuimos convocados a votar.
Hemos llegado a donde no deseábamos y solo nos queda la esperanza, y la tentación del último minuto. Todo el periplo ha sido un pequeño recorrido para que las formaciones que dicen representar a la izquierda revelen su incapacidad de aceptar la pluralidad existente. Se ha escrito aquí, en distintas formas: la ciudadanía votó cambio, si; y pluralidad también. No votamos vetos
Lo que nos importa, terminaba yo mi reflexión la pasada semana, es que no haya nuevas elecciones y pasemos a lo que importa. En el camino se ha perdido la vieja idea de la izquierda que primaba los intereses del país a los electorales.
Pero es evidente lo que ocurre: mientras no hay gobierno la gente sufre. Cabría pedir a quienes podrían completar el acuerdo existente que dedicaran las últimas horas a pensar lo que pasa mientras no hay gobierno. Cabría pedir que si no cumplen, al menos, no enreden.
Libertad Martínez