viernes, abril 26, 2024
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Desconcierto

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Confieso que con tanto ultimátum, con tanta última oportunidad, con tanto momento histórico, con tanto filo de tanta navaja cuando uno intenta pararse y tomar una mínima distancia para ver qué está pasando no acaba de sentir más que desconcierto ante el panorama que se encuentra.

Miren el caso de Pablo Iglesias. Hace ahora un año empezó su andadura en el Parlamento Europeo relatando cómo se las había ingeniado para volar de Madrid a Frankfurt y luego recorrer tres horas en autobús para llegar a Estrasburgo con el objeto de demostrar que se podía reducir el alto precio del viaje en avión entre Madrid y la ciudad francesa –el tiempo perdido parece que no importaba–, para ahora acabar viajando cada pleno, lógicamente, en ese mismo avión.

O miren en qué ha transformado las proclamas en favor del poder de las bases y de los procesos participativos de abajo a arriba con el reglamento que ha aprobado para la elección de sus candidatos a las elecciones generales: un sistema centralizado de circunscripción única que limita toda posibilidad a una sola lista ganadora que, tras la votación, se repartirá los puestos de salida de las circunscripciones provinciales. Ni en los partidos de la casta se han atrevido nunca a tal cosa. Parece que el núcleo de Podemos ha pasado, sin solución de continuidad, de irradiar participación a irradiar dirigismo centralista. Nueva política, dicen.

Parecido desconcierto produce Mariano Rajoy con su desconocimiento sobre la deuda pública, y eso que nos ha generado una factura a cada español de 6.517 euros desde que gobierna.

El presidente se quedó tan a gusto –y el auditorio, perplejo– al afirmar hace unos días que “Grecia debe mucho dinero, algo más del 90% de su PIB. Es como si en España debiéramos 900.000 millones de euros, que es una cifra astronómica”.

Sí, tiene razón, Grecia debe mucho dinero, más de 300.000 millones de euros. Y sí, debe más del 90% de su PIB, en concreto el doble, el 180%. Y sí, 900.000 millones es una cifra astronómica, si bien inferior a los 1,05 billones de euros de deuda pública española, que es casi tanto como toda la riqueza que produce España en un año. Quizás el presidente no recuerde que heredó una deuda en el 70% del PIB y que la ha elevado 30 puntos. Pero ya se sabe que Rajoy es de memoria frágil: fue ganar las elecciones y olvidarse de su programa electoral y empezar a subir impuestos y recortar servicios públicos…

En fin, me da que no era a esto a lo que se refería la ministra de Agricultura al decir que todos los españoles teníamos una deuda personal con Rajoy porque, más bien, lo que hemos adquirido es una hipoteca de la que no nos vamos a librar ni desahuciándole.

Afortunadamente, las elecciones están a la vuelta de la esquina y, como coinciden en diciembre, el presidente ha empezado a preparar el aguinaldo: rebaja del IRPF por aquí, guiño a funcionarios por allá, inversiones por acullá. Y para redondear el giro, cambio de caras –en el partido, no en el Gobierno, no ha tenido tanta cara con la legislatura agotada– y de imagen corporativa, enjaulando al pájaro en un círculo podemista. Por cierto, si es gaviota o charrán qué más dará si lo que simboliza es lo mismo: la distancia con que Rajoy y el PP miran a la sociedad española, la altivez, la displicencia de un partido encerrado en sí mismo.

Para completar el desconcierto, Artur Mas y su proceso.

Hace tres años convocó elecciones para surfear la ola independista y ahora bracea para no quedarse fuera de las listas, tras transferir la responsabilidad de la elaboración de las mismas a las organizaciones que le han arrastrado en su deriva a ninguna parte. No deja de resultar llamativo que la ola esté a punto de tragárselo justo cuando la unidad independentista está más resquebrajada que nunca y la ola pierde fuerza. Quiso ser recordado como el presidente de la transición a la independencia y se le recordará, si se le recuerda, como el presidente que consumió las energías del país en veleidades justo cuando más acuciaban las necesidades sociales.

Mientras tanto, en Grecia Alexis Tsipras montó un referéndum para que el pueblo griego votara en contra del acuerdo negociado con los socios europeos y rechazado en el último minuto por él mismo. Tras imponer control de capitales, forzar un corralito y ganar el referéndum, ha negociado un acuerdo con condiciones más duras que las previstas en el texto inicial. Es cierto que la pregunta era incomprensible. Pero más lo es aún la interpretación que Tsipras le ha dado a la respuesta de las urnas. Como para que alguien entienda algo.

José Blanco

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