lunes, abril 29, 2024
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Los trazos de la batalla

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Echen un vistazo a todos los equipos de esta ronda de Champions y saquen conclusiones. El Madrid juega a otra cosa. El Barça también, pero su estilo meticuloso e infinitesimal, decadente sin reparos, está somatizado por el aficionado más como una enfermedad rara del fútbol, que como una maravilla del la técnica. Eso a lo que juega el Real, en la Champions, es un fútbol amplio, abierto, que provoca errores en el contrario y los concede con generosidad; siempre al borde de la ocasión o el cadalso del contraataque rival; arrítmico; a veces desconectado del plan general y otras subiendo de intensidad como una marea. Ese fútbol es de unos jugadores que han marcado un lustro: Pepe y Ramos; Xabi Alonso y Cristiano. El esqueleto. Una línea de tensión que sube y baja, que devasta lo que pille y que suele dejar amplias sombras por detrás. Un mediocentro que siente su oficio de una manera didáctica: se sitúa en el vértice de la jugada rival y la seca con un gesto de cadera. Da cuatro pasos y empieza otra vez la nueva rima del equipo. Algo así como un generador de finales y orígenes; cada vez más lento y cada vez más sabio. Tanto los centrales como Xabi, tienen facilidad para el juego en largo, así que los partidos se verán surcados de líneas trazadas por encima del horizonte. 

Al final de la diagonal, está Cristiano. Estirando el equipo hasta que se le rompen las costuras y necesitado de jugarse las bolas calientes cada 5 minutos, es el mayor generador de ocasiones de la historia del fútbol. Contagia a su equipo de su velocidad y se pierde precisión; se falla. Tira del tejido hasta que se quiebra el conjunto por la cintura. Hace imposible la contratación de un delantero centro que anide en el área, porque todas sus líneas confluyen ahí. Sólo Karim, con su finura dialéctica puede convivir con la bestia. Desde el aire, se puede observar esa construcción, hoy especialmente, y aunque los entrenadores intenten cambiar de género al equipo, acaban emergiendo las pinturas antiguas.

Se encontraba enfrente el Dortumd, afeitado, sin Lewandoski y Gundogan. Aún así es un equipo rápido, que dicta combinaciones extrañas y llenas de vértigo por las alas, y tiende a acabarlo todo irrumpiendo en el área y clavando el balón en la esquina. Virtudes que encajan muy bien en los defectos de la defensa madridista. Y estaba la memoria del año pasado. Y las bajas, con Di María como último en caer. Nadie en el banquillo, todo se fía al plan previsto. No era fácil cogerle el pulso al aficionado en la previa. Ni miedo excesivo, ni un entusiasmo desbordante, ni odio ni pasión. Estaba expectante,el hincha, calibrando la importancia del Madrid en el diseño general de las cosas. Jugaba Isco, y ese latido pequeñito era una estela para atarse al partido. 

Echó a rodar el balón y sonó una llegada peligrosa del Borussia por banda. Fue una salva de artillería, lo que tardó Xabi en acomodarse las partes. Empezó rápido el dictado de Alonso, y se vió que el partido respiraba por el lado madridista desde la primera bola que tocaron los centrocampistas blancos. Una pelota muy larga de Pepe llegó a Karim, falso nueve en terrenos de extremo izquierdo; falso lento con una facilidad pasmosa para hacerse el bobo. Hizo como si se enredaba con el ovillo y sin darse importancia se la pasó a Carvajal, tenso y garrapiñado como está siempre, que este chico necesita una mujer. Por ahí llegaba Bale, deslizándose, y recibió el envío del lateral. Sin cambiar el paso rompió la cuarta pared y con la misma zancada formidable, la empujó muy suave a la vera del portero, que la miró pasar espantado.

El Borussia siguió a lo suyo, como si el gol tempranero del Madrid hubiera sido estudiado previamente en sus aulas de tecnología punta. Daba varios pases con estilo, pero todas sus aguas morían a mucha distancia de la zona capital. Concretamente, en la zona donde merodeaba Alonso, muy atrasado; sitio que acabará llevando su nombre o el de su ciudad. Ese lugar fantasmagórico donde se pierden todos los balones rivales: la zona Donosti. Y de la niebla, surge el vasco que recoloca al equipo con una pausa imperceptible. Modric e Isco estaban muy abiertos, para paliar el déficit en la salida del balón que se da siempre que falta Marcelo. Había tres opciones: el pase a los interiores, o el pase íntimo a Karim de Xabi, que es un lujo que sólo se lo permite el Madrid. Es una elipsis hecha con la suavidad de los clásicos. En un segundo, y sin la aparatosidad de los pases combados o los cambios de orientación, ya está el balón a disposición del que más daño hace a las puertas del área contraria: Benzemá, que se movía constantemente liberando espacios para Cristiano y Bale a los que pararon a las puertas con sendas faltas. Una para cada uno y las dos fueron respondidas por aparatosas palomitas de Weindenfeller.

En el segundo gol estuvo la definición del Madrid y del partido entero. Una contra llevada por Isco -que parece haber ajustado su zancada a la de los delanteros-  y que desperdicia Bale por un mal control; la jugada se enrebuja y finalmente cae por algún hueco del área hacia la nada. Los Borussios salen confiados, silbando alegremente, pero acecha Xabi, al que la UEFA le pasa todo el intinerario que seguirá cada pelota del enemigo, y pone la pierna. Isco acude al rebote en la corona del área. Todo son piernas, pero no para el malagueño, que recorta con un giro de tobillo y surge el caminito entre la multitud. La pega suave, sin odio, y es gol en su esquina. Corre hacia el público para que lo cubran de besos. Isco, Isco, Isco gritan todos y ese es el primer brote de la primavera que se da este año en el Bernabéu.

En el minuto 32 llega el primer disparo de los Alemanes en un contraataque muy bien defendido por Pepe con la mirada. Y no es una figura retórica. Pepe ha sumado a la omnipresencia, el poder de desviar líneas de pases con la mente, y de defender a dos contrarios que se le echan encima poniéndose en el punto que ciega las líneas de pase. 

La segunda parte comenzó con otra jugada instantánea del Madrid. Una palmada y Bale estaba delante del portero que metió un pie providencial. El Real comenzaba a sentir esa electricidad en la espina dorsal que le lleva a equivocar el ritmo de los partidos. Una necesidad de matar por aplastamiento que acaba desdibujando la estructura y lleva a los centrales a terrenos peligrosos para su estabilidad mental. Especialmente a Ramos, engatusado por la luz brillante de la Champions, y que quiso imitar a sus ídolos sumándose al ataque de forma atolondrada. Cristiano se va dando un portazo por la banda hasta llegar a línea de fondo donde ve llegar a Karim. Inexplicablemente el balón sale a córner por encima del larguero. Del córner sale despedida la bola y los Alemanes corren pendiente abajo pillando desprevenida a la zaga madridista. Sólo Pepe y Carvajal asisten a la función. En última instancia, el delantero del Dortmund se enreda consigo mismo y desperdicia la ocasión.

El Madrid promovía con su actitud el intercambio de golpes, y es Modric, el que huele la sangre en un pase blando de la defensa Alemana que el croata vio venir desde antes de la guerra.  Se lleva la bola cosida al tobillo y se la cede a Ronaldo que estaba en su sitio, en boca de gol, regatea de claqué al portero y marca con altanería.

A partir de ahí el Borussia centrifugó su maquinaria, y en el Madrid, ya todo fue Pepe. Ramos salía de excursión sin mirar atrás, los delanteros se buscaban en las portadas de los periódicos del día siguiente, y el entramado minucioso fue desapareciendo entre ráfagas cada vez más punzantes de los Alemanes. Hummels cruzaba la raya del medio campo como si fuera un tirano y era siempre Pepe el que se cruzaba entre Reus y la pequeña felicidad del gol. Luego la contra del Madrid y vuelta a empezar. Antes de caer el telón, Cristiano se lesionó por pura obcecación en su carrera contra los récords y salió Morata, como el disco rayado que va echando a la gente de sus asientos. Hizo la guerra por su cuenta y paró el ritmo loco del partido que estaba arrinconando al Real. En una de las suyas, cavó con esfuerzo en el pico del área y sacó una falta. Sin Cristiano, la máxima autoridad en la materia es al parecer Ramos y allá se fue, a probar fortuna a la feria para llevarle a la chica el perrito piloto.

La gente entonó un muy compasivo, porque la falta salió dos metros por encima del larguero. Y esa última escena quiere decir algo. Es una metáfora de algo. Y habrá que esperar al final de la temporada para saber de qué.

R. MADRID, 3 – DORTMUND, 0

Real Madrid: Iker Casillas; Carvajal, Pepe, Sergio Ramos, Coentrão; Modric, Xabi Alonso, Isco (Illarramendi, m. 71); Bale, Benzema (Morata, m. 75) y Cristiano (Casemiro, m. 80). 

Borussia Dortmund: Weidenfeller; Piszczek (Schieber, m. 66), Sokratis, Hummels, Durm; Kehl (Jojic, m. 74), Sahin; Reus, Mkhitaryan (Hofmann, m. 64), Grosskreutz; y Aubameyang. 

Goles: 1-0. M. 3. Bale. 2-0. M. 27. Isco. 3-0. M. 57. Cristiano.

Árbitro: Mark Clattenburg (Reino Unido). Amonestó a Reus, Kehl y Grosskreutz.

Unos 75.000 espectadores en el estadio Santiago Bernabéu.

Ángel del Riego

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