domingo, abril 28, 2024
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La mano de Wert

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El todavía ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, muerde con su reforma educativa la mano que le da de comer, y se ve que por eso muchos de los galardonados con los premios fin de carrera le negaron la suya el otro día al recoger el diploma, por si se la mordía. Un político, en efecto, come de la gente, de la sociedad a la que sirve o debiera servir, pero éstos chicos y chicas del Partido Popular no parece sino que quisieran dejar canina la despensa y comérselo ellos todo. De hecho, esa nueva Ley de Educación que más parece diseñada para el establecimiento definitivo de la Ignorancia, es un potaje que el propio Wert se guisa y se come, pues sólo a él y a los intereses ideológicos y económicos que representa les puede alimentar.

El desaire recibido por Wert no es nada comparado con el que pretende propinar a la Educación precisamente

El desaire recibido por el aún ministro de Educación, triste desde la óptica de la urbanidad, no es nada comparado con el que el ex concejal, ex contertulio televisivo y ex directivo bancario, entre otras cosas, pretende propinar a la Educación precisamente. Siendo ésta nuestra rémora secular, nuestra asignatura pendiente, diríase que Wert quiere hacer bueno el axioma de que todo, incluso lo más estropeado, es susceptible de empeorar. Despojar a la Educación Pública de recursos en beneficio de la Concertada, o sea, de los intereses privados, suprimir becas, elevar las tasas universitarias, despedir profesores, hacinar alumnos, reintroducir asignaturas creenciales o emprender cruzadas apostólicas para «españolizar» a los niños catalanes, no parece la mejor manera de reforzar y mejorar lo único que hace grandes, habitables y prósperas a las naciones, la Educación, y, desde luego, lo único que podría sacudirnos el yugo de esos países socios que quieren vernos a todos convertidos en camareros.

La mano de Wert, esa que no quisieron estrechar los mejores de la clase, no era, véanse las imágenes, una mano tendida, sino agazapada. Su Ley de Educación, tan inicua como la mayoría de las que fabrica el Gobierno para complacer a los prestamistas internacionales en tanto miserabilizan a la nación, tiene, empero, algo que le salva, que nos salva más bien: durará menos que un iPad en la puerta de un Instituto.

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Rafael Torres

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