Ocho años de Pontificado están a punto de concluir y, en esta ocasión, no será por el óbito de Su Santidad, sino por la renuncia consciente ocasionada por la incapacidad física para afrontar la dura tarea de regir los destinos de la Iglesia Católica.
Hace ocho años vimos la decadencia física que acompañó al final de la vida de Juan Pablo II, que si bien fue doloroso para todos sus seguidores, no dejó de ser, de igual modo, ejemplarizante por la entrega y el sufrimiento que caracterizó el cumplimiento de su responsabilidad. Le precedió en la Silla de Pedro, Juan Pablo I, Albino Luciani, fallecido al poco tiempo de iniciarse su Pontificado, y le sucedió Ratzinger, Benedicto XVI; ambos periodos extraordinariamente cortos frente al legado Papal de Juan Pablo II.
Hace ocho años vimos la decadencia física que acompañó al final de la vida de Juan Pablo II
Ratzinger dice que renuncia por su salud. No deja de ser la señal de una nueva Iglesia capaz de asimilarse a los sentimientos más naturales de la condición humana, y la extraordinaria entereza y fortaleza espiritual, a pesar de la dañada salud, que posee el Papa Benedicto para afrontar el deber con un final sin apenas precedentes, que será resuelto con la misma seguridad y fortaleza que acompaña la existencia misma de la Iglesia.
La habitual ejemplaridad que caracteriza la misión pastoral se traduce en el sacrificio del último misionero, en el último rincón del mundo en el que hace falta, o en la cúspide misma de la Iglesia, ocupando la silla de Pedro. Todo tan distinto de la banal insistencia de políticos que son incapaces de mirar por el pueblo que dicen querer representar.
Editorial Estrella