domingo, mayo 5, 2024
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Cuando el futuro es el que arde

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Cuando la ira se desata es muy difícil volver a contenerla. Por eso en Londres y otras ciudades del Reino Unido no son capaces de resolver los desórdenes y los ataques de jóvenes encapuchados contra la edificios y comercios, coches y transeúntes. Llegados a un punto concreto, nadie recuerda qué fue lo que encendió la brutalidad animal de los agresores y por eso mismo es difícil encontrar una forma de poner fin al vandalismo, ya que no se sabe qué se puede hacer para detenerlo. No hay razón, ni sentido común en esos actos: son una expresión del un descontento social puntual, dirán unos, y otros que es consecuencia de una sociedad permisiva que alimenta una bestia sin moral en su interior.

Ni lo uno ni lo otro. Lo cierto es que algo pasa, algo se mueve en el interior de la sociedad inglesa, en los barrios multirraciales donde conviven el desempleo, la pobreza y donde brota la marginalidad como una bandera revolucionaria. La verdad es que lo que pone en evidencia la incapacidad del sistema para integrar, es la falta de sensibilidad para hacer de los barrios suburbiales espacios con alternativas al abandono y a la delincuencia. Para los agitadores, esta será tan sólo una oportunidad más de pasar el rato, de ganar protagonismo personal en un mundo en el que no pintan nada, de ser capaces de poner en jaque al gobierno y al estado con el leve impulso de una violencia proyectada contra todos, que crece luego por si misma, contagiándose con rápida fluidez por los barrios simétricos de otras ciudades empobrecidas.

Hace muchos años que la sociedad inglesa decidió instalar un modelo dual: una parte integrada y satisfecha, y otra parte en los límites de la exclusión. Los parisinos padecieron el mismo fenómeno hace unos años. La explicación simple atribuía al racismo la cuestión de la violencia. Sin ser falso del todo, carecí la interpretación en aquel caso, como en este, de una comprensión del problema  360 grados de visión. Ahora, en Londres, Manchester o Liverpool pasa lo mismo y la explicación es idéntica.

No es una cuestión de razas ni de etnias, ni de culturas, y mucho menos generacional. Es un problema de polarización social, de falta de expectativas en un entorno social de incitación al éxito, al triunfo, al gasto, a la opulencia, y en una realidad construida sobre paro, pobreza, falta de formación y carencia de oportunidades. Puesto el mundo así, los agitadores y los violentos se prodigan por todos lados dispuestos a conquistar un escaso minuto de gloria a costa del sufrimiento de quienes los rodean y comparten el destino cierto de un futuro sin salida.

Atrapados en ese drama, mientras la policía persigue a los teléfonos móviles que usan – un disparate más culpar a los medios del uso que se hace de ellos- queman escaparates, hacen arder edificios y saquean comercios donde se muestra la moda otoño-invierno: aquella destinada inconscientemente a recordar con cada prenda exhibida, los sueños imposibles que no merece la pena soñar. Mejor, prender fuego al mundo. Eso es, a grandes rasgos, lo que me temo que pasa. Y tiene responsables.

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Rafael García Rico

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