domingo, mayo 5, 2024
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Egipto no es Hollywood

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Vencido Mubarak, el principal enemigo del pueblo egipcio es su ingenuidad y, de acuerdo con ello, los cantos de sirena que pueden aturdir su capacidad de movilización. La prensa internacional, y muy especialmente la estadounidense, presentan en sus ediciones de los días posteriores a la renuncia del rais, a la revolución árabe como el producto de un “movimiento en la red”, una suerte de jugueteo conspirativo en un mundo paralelo de realidad virtual promovido por jóvenes occidentalizados, empleados de compañías norteamericanas de nueva generación, y sin ninguna “dependencia” política ni sujeción ideológica o religiosa con la realidad tangible en la tierra de los faraones.

La revolución reducida a una revuelta juvenil amplificada por un nuevo entorno tecnológico, es una concepción limitativa de la realidad que padece oriente medio desde hace décadas. Es cierto, no obstante, que los medios de comunicación personalizados que han aflorado en los últimos años han contribuido a facilitar la circulación de ideas, pero la realidad profunda, la que no interesa contar, tiene que ver con el sufrimiento de mucha gente que no tiene Internet, que padece las penalidades de una existencia sin empleo ni alfabetización, que vive sumida en la persecución por desvincularse de la dictadura corrupta, y por defender la idea pan arabista de Nasser, la revolución islámica o las ideas de progreso propias de una izquierda intelectual y política que surge de la cultura que poseen las clases medias empobrecidas. Y que son los que han llenado la Plaza de la Liberación.

Los periódicos nos informan, por el contrario, de que esto ha sido espontaneo, el caso de El País, y no el fruto de una explosión alimentada en el tiempo; que ha surgido de un idealismo rebelado desde la Universidad de Columbia, según cuenta El Mundo, y con presupuesto de apoyo de más de doscientos mil dólares a un Alianza de los Movimientos Juveniles, una versión modernizada de aquellas infames emisoras de radio Liberty, que emitían burlando las fronteras terrestres y el telón de acero, a través de las ondas hercianas, mensajes de Coca Cola. Ahora, según Carlos Fresneda, cuentan con Facebook y Pepsi.

Y nos reducen a todos a meros asistentes a un juego de mesa basado en la misma lógica con la que los chicos americanos se pronuncian sobre la conveniencia de modificar un logo en la red, o puntúan su pasión por un video juego de moda.

Pero no es así. No sé si afortunada o desgraciadamente, porque, a lo mejor, lo bueno sería vivir en Pleasentville- un mundo de fantasía televisiva rayando en la perfección rectilínea y la estética de los 50-, y que la realidad se inventase con la misma facilidad que el camino de Dorothy se iluminaba a su paso, camino del reino de Oz.

La revuelta árabe se produce por el agotamiento de estructuras de poder que en la Era de la globalización no pueden contener a un pueblo cada vez más consciente de su miseria y de la corrupción que los ahoga, con una sociedad estancada en los parámetros de la guerra fría veinte años después de su final, con -ahí sí- acceso a nuevas fuentes de información que hacen visible el mundo alrededor de su realidad, y con un cierto distanciamiento del radicalismo religioso que, al igual, que sus enemigos lo sátrapas, promete mundos de represión y poco espíritu de libertad y progreso.

Pero lo que no es la revuelta árabe es el fruto de una quedada en la red ni de un evento al que comunicamos nuestra asistencia, o del que podemos decir “me gusta”. La Plaza Tahrir es un lugar material en el que el pueblo en movilización ordenada y firme ha resistido a las demandas del ejército, las provocaciones de la policía y la pasividad de Mubarak, espíritu latente en un pueblo erguido con propuestas revolucionarias.

Lo que pasa es que a los intereses norteamericanos les interesa establecer corrientes de simpatía que justifiquen los pasos dados, y ese vínculo se forma a través de Facebook, Google y unos “líderes improbables” surgidos de la red por azar y por otras circunstancias que nada tienen que ver con una concepción política, social o ideológica que señale el camino para recorrer por su pueblo. Catorce jóvenes occidentalizados, son los elegidos por los medios y, al parecer, por la cúpula continuista para un falso liderazgo de cartulina y papel de seda y el diálogo con el ejercito de los temibles halcones del Sinaí. Mejor así, con estos anti políticos o líderes de aspecto seguramente más aceptable que el de un viejo egipcio de nariz aguileña o que el de un sindicalista curtido en la lucha tanto como en la cárcel. Nuevos mitos hollywoodienses que excitaran las ambiciones de futuros guionistas. Y así la revolución se convierte en una película de éxito.

Y, por supuesto, fuera del circuito de partidos, ongs y sindicatos. Esa idea pueril del héroe individual conectado por medio de sus más recientes creaciones tecnológicas –suyas, en puridad- y sin más fondo que su capacidad de sobreponerse a la adversidad, es un reflejo cultural que en nada tiene que ver con esas sociedades hermanadas en una causa árabe, aún inmadura seguramente, pero capaz de elevarse sobre el pasado de dependencia colonial, los juegos de alianzas de la confrontación bipolar o los desvaríos de predicadores y clérigos ausentes en el proceso ya que, como bien se sabe, son irrelevantes en la religión que practican los egipcios.

La revolución con mayúsculas es y debe ser de clase: la de los desfavorecidos que viven en condiciones paupérrimas y que son el sujeto revolucionario que ha encendido el motor de la revuelta, apoyándose en una clase media en vías de proletarización y de un campesinado menor, irrelevante en términos de población, pero igualmente sometido al proceso de exclusión social. La revolución necesita evitar el jugueteo con sandeces muy efectistas, debe huir de la banalización y apoyarse en fuerzas de progreso que asuman el liderazgo revolucionario y aprovechen la ocasión para encender una nueva mecha, que se enfrenten al golpe de estado militar y se opongan a su “transición ordenada” manteniendo los principios de libertad, elecciones libres y nueva constitución, que abra la vía de un gobierno provisional y de un programa de transición que avance con contundencia en la transformación definitiva de la sociedad.

Vamos, una revolución en toda regla antes de que caigan en manos de una nueva banda que perpetúe la corrupción y la injusticia. Y que se apoyen en twitter, la hagan con fax o que la extiendan por teléfono, es irrelevante de todo punto. Y si además se divierten, pues mejor que mejor. Nosotros aquí, mientras tanto, seguiremos envainándonos los recortes sociales, los bonus de los directivos de banca, y alimentando con dinero público al sistema financiero, pero eso sí, muy bien comunicados.

Rafael García Rico

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