jueves, abril 25, 2024
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Una victoria, si la saben conservar

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Wael Ghonim, el carismático joven ejecutivo de Google que ayudó a emprender las multitudinarias concentraciones de la Plaza de la Liberación, declaraba victoria en un mensaje en Twitter: «Misión cumplida. Gracias a todos los valientes jóvenes egipcios». Pero la lucha por el futuro de Egipto acaba de empezar, y la próxima etapa es donde Estados Unidos puede ayudar de verdad.

La dimisión del Presidente Hosni Mubarak el viernes fue una victoria sorprendente para los jóvenes revolucionarios de la red – y para sus aliados de la Hermandad Musulmana que llevan combatiendo a Mubarak desde antes de que la mayoría de los manifestantes nacieran. El difuso movimiento de oposición tiene ahora que ayudar a modificar la constitución de Egipto y las leyes electorales, a reconstruir una economía afectada y a restaurar la estabilidad tras la embriagadora melopea de la revolución.


Lo mejor que se puede decir del levantamiento de la Liberación es que es genuinamente «made in Egypt». El Presidente Obama fue criticado con fuerza nacionalmente por no tratar de dictar el resultado, pero tenía razón en su intuición inicial de que América sabe influenciar mejor el rumbo de los acontecimientos cuando lo hace discretamente, entre bambalinas.


La Casa Blanca (empujada por los críticos medios) empezó a violar esa norma a medida que la crisis se desenvolvía, con funcionarios que hacen declaraciones cada pocas horas — insertando a América en la crisis y al mismo tiempo insistiendo en que es un asunto que deben resolver los egipcios. Esto saltó a la vista como parodia del pragmatismo — la noción de que Washington aceptará cualquier cosa que valga.


Escuchando el murmullo de voces oficiales en Washington repartiendo consejos por doquier a Egipto las dos últimas semanas, mi impresión más clara fue: A ver si nos callamos. Nadie quiere aparentar estar capitulando a las exigencias estadounidenses – y la intervención norteamericana más flagrante podría haber corrompido esta revolución espontánea nacional. La táctica correcta fue la presión entre bambalinas sobre Mubarak y sus aliados, como defendía Obama.


Ahora América no tiene que ser tan reacia. Los buenos han ganado — y han aparentado hacerlo sobre todo por su cuenta, lo que hace la victoria aún más dulce. Pero necesitan apoyo, del tipo que Estados Unidos y sus aliados saben aportar de forma única. Espero que Washington considere esto un momento comparable al Plan Marshall de 1947 o la caída del Muro de Berlín en 1989. El mundo árabe se encuentra en un punto de inflexión: Si los egipcios pueden llevar a cabo una transición hacia una democracia fuerte, segura y próspera, ello afectará durante décadas a la región.


El primer reto es el económico. Egipto ha impulsado el ritmo de crecimiento económico a una media en torno al 5%, pero eso no es lo bastante bueno para alcanzar la «velocidad de escape» de la pobreza y el estancamiento. Con más de la mitad de su población por debajo de los 25 años, Egipto necesita un ritmo de crecimiento cercano al de China o la India. «Los cálculos apuntan que los ritmos de crecimiento del 6 al 7% de forma sostenida son imprescindibles para proporcionar empleo a los que se incorporan por primera vez al mercado laboral y para reducir el paro», escribe el economista George T. Abed, del Instituto Internacional de Economía.


Las protestas de Tahrir pueden haber animado a los magnates egipcios de la red, pero han sido malas para la economía. El capital viene abandonando el país, y el diferencial de la deuda egipcia se ha ampliado de forma acusada. El apoyo económico y financiero estadounidense, post-crisis, puede ayudar a recuperar la confianza.


Un segundo reto será la mecánica simple de los comicios democráticos. Es un terreno en el que las organizaciones europeas y estadounidenses tienen una importante experiencia, tras ayudar en la democratización de Europa Oriental. Cuando los egipcios pidan ayuda, deberíamos realizar un esfuerzo masivo.


Una preocupación final es la seguridad. Sabemos de primera mano a través de la historia lo vulnerables que pueden ser los países en los meses transcurridos tras un cambio revolucionario. Los agitadores tratarán de desestabilizar la transición y secuestrar el cambio político. El optimismo actual se podría hacer pedazos a causa de una oleada de coches bomba, digamos, o de los secuestros de extranjeros que detuvieron la actividad en Beirut o Bagdad. Egipto tiene la suerte de tener un ejército fuerte al que los manifestantes consideran un aliado.


La mejor protección contra los terroristas musulmanes, con suerte, será el gigante dormido que es la Hermandad Musulmana. Los miembros de este colectivo se han vuelto muy críticos con al-Qaeda los últimos años, lo que da motivos de esperanza. La Hermandad, para bien o para mal, se ha ganado un espacio en la administración de Egipto. La fórmula del éxito, como siguen repitiendo los manifestantes, tiene dos palabras: Sin violencia.


Benjamin Franklin respondió célebremente a una pregunta relativa a lo que se había logrado en la Convención Constitucional de 1787, «Una república, si la saben conservar». Ésa es una advertencia estadounidense útil a los revolucionarios de El Cairo. América debe hacer todo lo que pueda para ayudarles a conservar lo que han ganado gloriosamente.

David Ignatius

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