Un matiz importante para entender el acuerdo de las pensiones: que gran parte del debate no ha estado entre el Gobierno y los sindicatos, sino entre el Gobierno y el Gobierno. O al menos eso defienden algunos de los que estuvieron en la mesa. «No todos los ministros querían llegar a un acuerdo», dice uno de los principales negociadores por parte de los sindicatos. «En algunos había cuajado la idea de que era mejor una reforma sin pacto que un pacto sin reforma, como decían los economistas de FEDEA«, explica la misma fuente: «Defendían que a los mercados les gustaba más la imagen de contundencia que la del consenso». ¿Fue así o estamos ante la clásica estrategia del poli bueno y el poli malo? Buena pregunta, con difícil respuesta.
Los sindicatos señalan a José Manuel Campa, secretario de Estado de Economía, como el más duro de todos los negociadores del Gobierno, el menos partidario a llegar a acuerdos. Pero no sólo fue Campa quien complicó algunas cosas. Una de las claves de la negociación fue la famosa filtración sobre alargar la vida de las nucleares: una información que desveló La Vanguardia en su portada cuando el pacto pendía de un hilo. El ministro de Industria, Miguel Sebastián, lo negó en público durante toda la mañana en la que salió esa filtración a la palestra. Sin embargo, otras fuentes del Gobierno seguían asegurando que era uno de los asuntos a debate. ¿Quién? Señalar es de mala educación, pero muchos apuntan al vicepresidente Alfredo Pérez Rubalcaba, que mantuvo viva esa polémica hasta que Zapatero manda parar.
Los propios sindicatos también dejan claro que el principal valedor del acuerdo ha sido el propio presidente, que se ha mojado para llegar a un pacto no sólo porque le facilita la digestión de una reforma muy poco apetecible o porque el PSOE no quería una nueva huelga general en vísperas electorales. «A Zapatero le preocupaba que un nuevo conflicto con los sindicatos dejase aún más tocada a la izquierda, a la política y a la sindicalista».
Ignacio Escolar