jueves, mayo 2, 2024
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Leyendo las señales

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Siempre he tenido la sensación, fuertemente acentuada en los últimos años, de que el conocimiento en la sociedad actual no radica tanto, como antaño, en acceder a la información, sino en discriminar lo relevante de lo superfluo en el inmenso torrente informativo que nos acomete diariamente. En esa línea, a veces resulta enormemente fructífero escudriñar las señales que se camuflan en la maraña de datos, interpretaciones y análisis.

En ocasiones, las señales son muy nítidas y fáciles de interpretar. Si en un mismo día conocemos que el déficit público ha crecido un 15,9% respecto del 2009, que el superávit de la Seguridad Social se ha reducido en un 27,95% en el último trimestre y que el paro ha superado la cifra del 20%, no hacen falta grandes dotes de augur para leer en las entrañas del animal: la economía española se encuentra en una situación objetivamente dramática y las perspectivas para el futuro distan mucho de ser halagüeñas. Realmente esto ya lo sabemos, por lo cual las señales sólo deberían servir como despertador de nuestras conciencias abotargadas en la comodidad y la complacencia de la propaganda gubernamental. De este triángulo de señales sólo cabe pararse a interpretar si el desvelamiento accidental del dato de la EPA, atribuido al siempre útil error informático (el chivo expiatorio del siglo XXI), se debe realmente a dicha causa o ha sido una forma cómoda de soltar la carga de profundidad sin las inconveniencias de la rueda de prensa del ministro del ramo.

Otras señales en cambio nos ofrecen contornos mucho más enigmáticos aunque por ello también más abiertos a la pluralidad de interpretaciones. Así, el hecho de que el juez Baltasar Garzón haya dictado un auto realmente novedoso cuyo efecto práctico es la libertad de Rafael Díez Usabiaga -un clásico en la cúpula de ETA, S.A.- se puede poner en relación con el curioso mar de fondo que anuncia en los últimos tiempos movimientos en el entorno etarra -también llamado izquierda abertzale por el citado juez, según sea la dirección del viento en cada ocasión – y cuyo horizonte parece estar en las elecciones municipales y forales del año próximo. Aunque también es susceptible de ser entendido como un intento más por parte del magistrado de demostrarnos su versatilidad en el desarrollo de nuevas doctrinas jurisprudenciales, lo cual es chocante tratándose de un juez que instruye, y por lo tanto no juzga.

Tampoco es claro el perfil de las señales que nos ha querido enviar la presidenta del Tribunal Constitucional con su referencia a la crisis institucional y su denuncia de la campaña de desprestigio contra el órgano que preside ¿Se refiere a la conjura de algunos partidos catalanes para poner en cuestión la legitimidad del Tribunal Constitucional? ¿O tal vez a la monumental bronca que le pegó la vicepresidenta del Gobierno en una celebración del día de la Fiesta Nacional, cuyo documento gráfico es evidente y abundante, para bochorno de todos los españoles? ¿Acaso está pensando la señora Casas en las filtraciones interesadas que presentan la ponencia rechazada en el último pleno como la solución más sensata, inspirada por el mismísimo Gobierno de la nación?

Por último hay otro conjunto disperso de señales que, puestas en relación y depuradas de interferencias, anuncian con claridad una nueva etapa en el juicio histórico del periodo y sobre todo del proceso denominado Transición. Desconocemos hasta dónde nos llevará la apertura de estos nuevos enfoques, la perspectiva que nos otorgarán los ángulos de observación diferentes que ahora se proponen. Una persona por la que tengo una enorme devoción intelectual, además de personal, me dijo en una ocasión que la visión que los hijos tenemos de los padres evoluciona en tres fases, desde la inicial admiración, transformada después en juicio, que concluye con el perdón. Creo que nuestra venerada transición ha completado la primera fase y estamos en el comienzo de la segunda. Si la abordamos con honestidad, con madurez y con sinceridad, seguro que podemos llegar a la tercera, para bien de todos.

Juan Carlos Olarra

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