Se podía esperar que, ante la gravedad de la situación económica, el Gobierno intentara cada día tomar las riendas de los asuntos fundamentales, desplegar aunque fuese levemente una cierta iniciativa y comenzar la senda de algunas urgentes decisiones políticas. Sin embargo, los síntomas diarios confirman que, a la espera de milagros, el presidente Rodríguez Zapatero y su equipo siguen intentando nadar (poco) guardando la ropa (demasiado), llenos de dudas, incapaces de utilizar el bisturí que necesita la enfermedad que padecemos.
La propuesta de ayer para que sindicatos y patronal acuerden una «reforma laboral» va en el mismo sentido: quiere contentar a todos y, por ello, se queda a medio camino incluso en el documento de sugerencias sin concretar. Seguramente no habrá creación de empleo hasta que la economía esté claramente reactivada, pero parece indudable que las condiciones de contratación son importantes para lo que se pueda hacer ahora y para el futuro. El Gobierno sugiere un modelo como el austriaco, que, en definitiva, cuesta más dinero a las empresas ya diezmadas. Parece participar, en contra de lo tantas veces subrayado oficialmente, que una indemnización más reducida para nuevos contratos puede facilitar su existencia pero, al mismo tiempo, quiere imponer condiciones de control a las causas «objetivas» de despido y a los acuerdos directos entre el empresario y el trabajador para la rescisión rápida de la relación laboral. Nada sabemos de la rebaja en las cotizaciones sociales y se aventa el Fondo de Garantía Salarial como recurso cuando el mismo pesa sobre las empresas.
Nadie contento aunque todos desplieguen la retórica sobre su voluntad de pacto. Al final, si se firma con estos parámetros será, solamente, un simulacro. Y si ya se sabe que unos y otros, sindicatos y patronal, tienen intereses contrapuestos y visiones dispares, no se entiende por qué el Gobierno lo fía todo, incluso con sugerencias vaporosas, a un acuerdo que sólo podrá ser de mínimos.
Germán Yanke