Las investigaciones del juez Velasco, a instancias de la Fiscalía de la Audiencia Nacional, ponen negro sobre blanco lo que ya se hablaba, se intuía, se conocía, se denunciaba: la colaboración entre ETA y las FARC, el entrenamiento mutuo, la preparación conjunta de acciones terroristas. Tampoco resulta nuevo ni misterioso que el Gobierno de Venezuela, que aloja terroristas vascos, ayuda a sus colaboradores y protege y sostiene a las FARC, esté de por medio en estos contactos y esté representado en sus actividades. Ahora sabemos, además, que hay indicios de que todo este entramado tenía como objetivo, entre otros, atentar contra autoridades colombianas que residen o están de paso en España, incluido el presidente de la República. El presidente Uribe, al que Chávez insulta, presiona, amenaza con la guerra y luego dice que, si se sientan juntos, hablarán. La ignominiosa barbarie que Chávez practica dentro de Venezuela la exporta, como se ve, y no sólo con el rédito del petróleo. Anótese, para colmo, que las fuerzas de seguridad sospechan que uno de los terroristas de ETA citados por el juez Velasco está en estos momentos en Cuba.
Es de esperar que la investigación judicial siga adelante, ya que nada verdadero puede esperarse de las explicaciones que el Gobierno español dice que ha solicitado del venezolano. Ya estamos demasiado acostumbrados a la mentira totalitaria de Chávez, con la que trata de disimular la agresión a los derechos humanos y la totalitaria injerencia en tantos otros países.
Se avance o no por las dificultades de un caso en el que se van a poner todas las trabas, las evidencias acumuladas, judicial y extrajudicialmente, deben imponer de inmediato un cambio de la política exterior con los gobiernos iberoamericanos que desprecian los derechos humanos y apoyan la violencia. Nos afecta directamente, es cierto, pero aunque no fuese así, España no puede mirar de perfil, poner paños calientes, devaluar incluso la hipotética ideología progresista que dice tener el Gobierno mezclándose una y otra vez con estos dictadores impresentables.
Germán Yanke