domingo, mayo 5, 2024
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Sabino: siempre devolvió bien por mal

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Era uno de los pocos españoles a quien se le conocía sólo por su nombre. Como al Rey. Un privilegio que se había ganado a pulso. Sin pretenderlo.

Era tal la fuerza de su trayectoria profesional y personal que, aun habiendo transcurrido casi veinte años desde que dejó la Zarzuela, su fama y su prestigio no sólo se mantenían sino que se había incrementado hasta límites increíbles.

Él no hacía nada para ello. Pero los españoles no han olvidado que Sabino, don Sabino, el general Sabino, fue el hombre providencial en la tarde-noche-madrugada del 23-F. Aun por encima del Rey, aquella noche, «prisionero» no sólo de las circunstancias sino de algunos generales.

Sabino, el general Sabino, fue el único que, a lo largo de todas las horas, desde que Tejero entró en el Parlamento hasta que salió, lo tuvo claro.

Tan claro lo tuvo que no le importó enfrentarse a sus compañeros de armas, algunos grandes amigos, por defender la democracia, la Constitución y al Rey.

Lo hizo a sabiendas de los riesgos que corría y sin saber, a ciencia cierta, la implicación de unos y de otros. Sabino, el general Sabino, sabía que, de haber triunfado el golpe, a lo peor sus compañeros le hubieran pasado por las armas.

Sabino, el general Sabino, figura ya, con letras de oro, en el frontispicio de la historia y será, siempre y por siempre, la imagen viva, aunque haya muerto, de la dignidad y de la LEALTAD, si, con letras mayúsculas. Leal pero no cortesano.

¿Qué se entiende por lealtad?: decir siempre lo que sientes y estar dispuesto a que lo que dices no guste. Que muchas, muchísimas veces, no gustaba. ¿Al Rey? Por supuesto.

¿Su lealtad le costó salir de la Zarzuela? Posiblemente.

Para que no le quede a nadie la menor duda, éstas fueron las palabras que, en presencia de la familia real y del staff de la Zarzuela, pronunció Sabino el 13 de enero de 1993, el día de su despedida, «una agria despedida», en palabras de Manuel Soriano, autor de la mejor biografía que sobre el ilustre general se ha escrito nunca: La sombra del Rey (Temas de Hoy, 2008), sombra que el general lo fue a lo largo de diecisiete años.

He aquí esas palabras inolvidables llenas de tristeza e intención:

«Todo llega, todo pasa y todo se arregla si algo tuviera que arreglarse… el respeto se ha combinado con el cariño y no ha sido fácil decir siempre lo que se hubiera dicho a un hijo, a un hermano e incluso a un padre… Perdonadme por lo que no os dije debiendo decirlo; por lo que os dije y no debiera y hasta por lo que os dijeron que dije interpretándolo torcida y maliciosamente.»

Eran palabras que brotaban desde lo más profundo de un corazón herido, incapaz de contener el reproche por lo que había ocurrido en los últimos días.

«Mi padre me enseño a devolver bien por mal.»

Jaime Peñafiel

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