domingo, abril 28, 2024
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Cayo Lara y la izquierda de Zapatero

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Puede que Cayo Lara sea el enterrador de IU y del PCE, pero por ahora es el líder de Izquierda Unida y tiene ante sí la doble responsabilidad de darle una nueva oportunidad a su coalición, y de desenmascarar el progresismo impostado del Gobierno caótico de Zapatero, que tiene narcotizados a los sindicatos -a los que el nuevo líder de IU anima a convocar una «huelga general», si las cosas siguen así, controlados a los medios de comunicación y que disfruta de las ventajas que le otorga la crisis interna permanente de su primera oposición, el PP de Rajoy. Pero Cayo Lara y su equipo deberían analizar con detalle el alcance de los viajes de ida y vuelta del presidente del Gobierno español, y sacar sus conclusiones, marcando sus diferencias si no quieren desaparecer.

El derrumbe del túnel del AVE Madrid-Valencia, que Magdalena Álvarez ha ocultado con inútil empeño, es un aviso de lo que se le viene encima al Gobierno moribundo de Zapatero. El que el presidente se resiste a reformar consciente de que es el responsable del equipo de incapaces políticos que lo acompañan -nacidos de las cuotas de sexo, el amiguismo y autonomías- y cuyas carencias son más evidentes en estos tiempos de grandes dificultades que vivimos, con lo que ni siquiera sirven para desempeñar el penoso rol de «escudos humanos» del presidente, ni ocultar la insoportable levedad del jefe del Gobierno, que es el verdadero problema, del vigente mal español.

El presidente Zapatero, al que, curiosamente y por diferentes motivos e intereses -los económicos por encima de todo-, tapan y justifican todos los grandes grupos de la comunicación españoles, tanto de la izquierda como de la derecha. A lo más, critican a los ministros, uno a uno o al Gobierno de manera abstracta y general. Pero a Zapatero, al responsable, no le tocan ni un pelo a pesar del cúmulo de errores y disparates que deberían levantar, contra él, en todo el arco mediático un ruidoso clamor.

Estamos ante un personaje, Zapatero, que habita en la permanente mentira, como prueba su disfraz de izquierdista, como el que utilizaba ayer mientras prometía que no dejará abandonados los parados a su mala suerte. Lo hacía a las pocas horas de haber enviado su ministro de Exteriores a Moscú para arreglar los problemas de Lukoil a los millonarios amigotes del presidente en Sacyr, los famosos visitadores de la Moncloa, que son los beneficiarios de las ingentes ayudas financieras del Gobierno en compañía de algunos banqueros derrochadores, que gastarán estos fondos del Estado en tapar su deudas externas o sus agujeros en Lehman o Madoff, antes que hacer llegar a las pequeñas empresas y a las familias los créditos imprescindibles para su subsistencia. En Estados Unidos y Gran Bretaña, países donde el Estado entró en los Consejos de Administración de los bancos socorridos, esto no pasará. Pero Zapatero, un presunto progresista, presume de liberal y afirma que él no jugará a la nacionalización (sic).

Casi todo en Zapatero discurre como un viaje de ida y vuelta. Primero, y sin pensárselo dos veces, se lanza por el tobogán de la falsa euforia progresista, para después regresar cabizbajo y con el discurso conservador, rectificando todo lo que ha emprendido. Le está pasando ahora con la crisis económica que negó y sitúo en la mente calenturienta y catastrofista del PP. Como ya le pasa con la guerra de Iraq, de donde salió dando un sonoro portazo a la Casa Blanca, hasta que descubrió que los acuerdos de Bush y Aznar lo son o lo eran, además, de Estados Unidos y España, y por ello ahora se apresura el presidente a doblar la presencia española de tropas en Afganistán, o tapa con el mayor descaro las escalas en nuestro país de presos de Guantánamo, diciendo que estaban amparadas por la OTAN.

Y de la regularización de aquel millón de inmigrantes ilegales y su efecto llamada, qué podemos decir. Zapatero ha fichado al duro de Corbacho para cerrar a cal y canto la puerta a los desamparados donde antes lucía el cartel de «bienvenidos». Y lo mismo con los trasvases, primero no y luego sí, para ayudar a la Barcelona del PSC. Y con las tumbas de la Guerra Civil, dando a Garzón la oportunidad de un nuevo famoseo, y luego enviando al fiscal y al Tribunal Supremo a cerrar las fosas y el debate de la Guerra Civil.

Y con la cohesión nacional, más de lo mismo: el Estatuto catalán prometido por Zapatero, luego reformado y ahora a la espera de sentencia del Tribunal Constitucional, la Corte a la que el diputado Tardá ha tildado de corrupta, y a cuya presidenta, María Emilia Casas, zarandeó en público la vicepresidenta De la Vega en pleno desfile militar, ofreciendo en directo un espectáculo de las idas y venidas del «zapaterismo» por el poder judicial. Y a no olvidar su frase sobre la nación española «discutida y discutible» que también hubo de rectificar este presidente de ida y vuelta, pasándose a aquella propaganda preelectoral del «Gobierno de España», con bandera roja y gualda incluida.

Y hablando de la cohesión de España y de la identidad nacional, qué no se puede decir de la fallida y demencial negociación política con ETA que se planteó en el santuario de Loyola, y que dinamitó ETA en Barajas porque aún querían mucho más. Pues mucho nos tememos que en este capítulo los viajes de ida y vuelta no han terminado, sino que algo se está cociendo otra vez, tras conocerse el acercamiento de presos de ETA al País Vasco, o las resistencias del Gobierno a echar a ANV de la política vasca, y todo bajo el paraguas de un nuevo pacto -preelectoral- del PSOE con el PNV.

Que el ministro Rubalcaba diga ahora que no habrá más negociaciones es algo que carece de credibilidad, porque Rubalcaba ya nos dijo, después de la bomba de Barajas, que «la negociación con ETA estaba liquidada», y ya se sabe lo que pasó luego. Rubalcaba mintió y miente como Zapatero con una gran facilidad, y ambos son conscientes de que en la política española eso no pasa factura ni exige la menor responsabilidad. Por eso en este país donde pasan tantas cosas -desastrosas muchas de ellas- al final nunca pasa nada y todo sigue igual, camino de a peor.

¿Qué puede hacer Izquierda Unida frente a todo esto, con dos diputados y sin medios de comunicación? Para empezar, recuperar la solidaridad rota en la batalla económica/autonómica, romper con el entorno de ETA en el País Vasco, recuperar el patriotismo e internacionalismo y nunca olvidar que las libertades, la verdad y la democracia están por encima de las ideologías.

Hoy pequeños partidos, como los de Ciudadanos o el de Rosa Díez, que se han hecho un hueco en el mapa electoral español, porque existe cansancio del «régimen» casi eterno de la Transición que se quedó en la peor partitocracia, y abandonó los objetivos de democracia y libertad. Quizás todo esto, y de una vez, amén de desenmascarar la impostura progresista del Gobierno y conectar con la nueva modernidad, sea mucho pedir a la nueva dirección de IU. Pero si no lo hacen, la coalición que Julio Anguita supo llevar al triunfo años atrás acabará por disolverse, camino del PSOE o regresando al viejo PCE, sin solución de continuidad y poniendo punto final a otro viaje, éste sin ida y vuelta, si Cayo Lara pierde su oportunidad.

Pablo Sebastián

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