viernes, mayo 3, 2024
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Así actúan los coleccionistas de fuegos: “Su satisfacción recuerda a la sexual”

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Todavía no había caído el sol cuando Pablo, entonces treintañero y nacido en Barcelona, arrancó un destartalado Seat Málaga y se dirigió al bosque. Eran principios de agosto, el mes del fuego, y el reloj marcaba las siete y media de la tarde. Condujo hasta Seva, un pequeño pueblo de poco más de tres mil habitantes situado en la comarca catalana de Osona. Aparcó cerca de una intersección en la que comienza una pista forestal. Se bajó del coche, amontonó papeles, ramas, hojas secas y les prendió fuego. No le dio tiempo a satisfacer sus deseos, a sentirse útil, a liberar tensiones o a calmar sus impulsos más salvajes. Esos sentimientos que, según los expertos, experimenta el pirómano. Fue sorprendido por tres hombres que lograron evitar que el bosque quedara arrasado por las llamas. La justicia le declaró no culpable del delito y la defensa alegó trastorno mental. Pablo es un nombre ficticio, pero la historia, aunque han pasado más de diez años, es real. La piromanía es una enfermedad mental diagnosticada que la padece el 3% de de los que provocan incendios de manera intencionada.

Se desconoce si Pablo pretendía apaciguar tensiones, sentirse héroe o simplemente disfrutar del sobrecogedor paisaje del monte ardiendo. “Son personas que tienen la necesidad de satisfacer unos deseos importantes y prenden fuego sin motivo aparente, pero tienen la necesidad de liberar tensión. Les produce una cierta excitación cuando lo han hecho”, asegura a Estrella Digital Miguel Gutiérrez, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría. El experto insiste en que el “pirómano tipo” representa una “minoría” y destaca distintos patrones de comportamiento entre los que destacan el “erótico” y el de “sentirse héroes”. “Pueden llegar a sentir una satisfacción que recuerda a la sexual. Otro tipo de personas buscan sentirse héroes. Tienen una personalidad psicopática y provocan incendios repetidamente para satisfacer deseos internos como querer ayudar a los bomberos colaborando en la extinción, alertar de la existencia del fuego, convertirse en una figura en la sociedad”, explica Gutiérrez.

La piromanía se define como un trastorno del control de los impulsos. Los pirómanos tienen un interés especial en todo lo que tiene relación con el fuego a producirlo y a observarlo. Sienten excitación y son plenamente conscientes del delito que cometen al provocar incendios. “En todo momento saben lo que están haciendo, salvo en contadas ocasiones como puede ser en el caso de un esquizofrénico que puede tener ideas delirantes o alucinaciones”, dice Gutiérrez. El experto también indica que la tendencia a la repetición del delito es elevada. “Se asemeja a los casos de los delincuentes sexuales que con frecuencia repiten sus delitos y sus conductas delictivas”, afirma Gutiérrez.

“Con un simple mechero arde el monte”

Los expertos insisten en la necesidad de diferenciar entre pirómano e incendiario, explican que el primero es un enfermo mental mientras que el segundo es un delincuente. “Es una cosa muy distinta. Los pirómanos tienen un interés especial en todo lo que tienen relación con el fuego. El incendiario es una persona que decide intencionadamente quemar cosas y siempre con un interés lucrativo o simplemente por el placer de hacer daño”, dice Gutiérrez.

Las técnicas que utilizan tanto los pirómanos como los incendiarios suelen ser las mismas y lo más común suele ser el ‘mecherazo’. “Coger un mechero, aproximarlo a un toco y empieza a arder. No hace falta más. Con un simple mechero puede arder el monte”, declara a este diario un guarda forestal que prefiere preservar su nombre de la opinión pública. Otro de los métodos es el de las mechas que produce un efecto retardo. “Se puede prender la mecha con la ayuda de una caja de cerillas a las cuatro de la tarde y el incendio comienza a las ocho. De esta manera nadie ve al que ha provocado el fuego”, alerta el guarda forestal.  Por otro lado, detectar el origen del fuego es complejo puesto que el rastro y las pruebas para localizar las causas son muy escasas. “No es como un asesinato que tienes el lugar del crimen, las pruebas, las huellas…en el incendio el el fuego lo destruye todo. A veces incluso destruimos las pruebas de forma involuntaria nosotros mismos en las labores de extinción”, explica el guarda forestal.  A esta problemática se suma la falta de medios, tal y como denuncian los profesionales del sector. «Las avionetas que tenemos son de la Segunda Guerra Mundial. En los últimos diez años en España se han caído ocho, es una auténtica locura», lamenta el guarda forestal. 

Según datos proporcionados por el Ministerio de Agricultura y Medio Ambiente, hasta mediados del mes de agosto se han registrado en nuestro país 1.240 incendios forestales. En concreto, se han quemado 33.370 hectáreas de superficie arbolada, 14.175 de matorral y monte abierto y 2.657 de pastos y dehesas. 

Marina García-Rico

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