lunes, mayo 6, 2024
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Herbicidas: cáncer y alteración hormonal

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Existe desde la década de los años setenta, es el herbicida más comercializado del mundo y proporciona beneficios colosales a la empresa que lo distribuye, la multinacional norteamericana Monsanto. El glifosato es la sustancia activa de más de 750 productos diferentes que se emplean a nivel mundial bajo el nombre de Roundup en agricultura, silvicultura y jardinería. “Millones de hectáreas de tierras de cultivo, los parques y hasta las aceras son rociadas con glifosato cada año en el mundo”, recalca Greenpeace en un informe. Según datos ofrecidos por la organización ecologista, en España el glifosato está presente y autorizado en 125 productos distintos. Sin embargo, el informe elaborado por la Agencia para la Investigación sobre el Cáncer –IARC por sus siglas en inglés- dependiente de la Organización Mundial de la Salud puede marcar un antes y un después. La entidad ha clasificado el glifosato como “probablemente cancerígeno para los seres humanos”.

Científicos, médicos y organizaciones ecologistas de todo el mundo han denunciado durante años las consecuencias nocivas que puede causar el uso de esta sustancia. Luis Ferreirim, responsable de Agricultura y Transgénicos en Greenpeace, explica que en Europa se puede encontrar este tipo de herbicida en los alimentos y cita un informe reciente de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria que reveló que de las muestras analizadas, en un 10,45% había residuos de glifosato.

Es más, según informan los expertos, el glifosato está incluido en la lista de las sustancias denominadas ‘disruptoras endocrinas’, es decir, que alteran el equilibrio hormonal. “Las sustancias que son disruptoras endocrinas’ pueden actuar a niveles bajísimos de concentración por debajo de los niveles legales establecidos y supuestamente seguros, especialmente durante periodos concretos del desarrollo. Por ejemplo en el embrión cuando se está formando en el cuerpo de una mujer embarazada. También en la infancia. Pero especialmente en el desarrollo embrionario. Esas sustancias actúan como su fueran hormonas o bloquean el comportamiento de las hormonas”, asegura a Estrella Digital Carlos de Prada, responsable de la campaña para la reducción de pesticidas en España de la fundación Vivo Sano.

Aun así, el Gobierno prefiere esperar y acatar la decisión de Bruselas que se materializará a finales de año, puesto que el próximo mes de diciembre caduca la autorización de comercialización de glifosato en la Unión Europea. “Está en proceso de revaluación. Debería ponerse fin a su comercialización, pero lamentablemente la última vez que caducó la autorización fue en 2012 y se prolongó la autorización hasta 2015 sin hacer una evaluación de riesgos”, afirma Ferreirim. Sin embargo, el Gobierno francés ya ha dado un paso al frente y ha anunciado su intención de prohibir la venta libre en jardinerías de herbicidas que contengan glifosato, aunque en otros países como en Argentina la polémica sigue presente. El país sudamericano representa el paradigma de la controversia puesto que el herbicida se utiliza en grandes cantidades, sobre todo en los cultivos de soja, a pesar de la fuerte oposición de la comunidad científica. “En Argentina ha habido muchas denuncias por parte de médicos y científicos acerca de incrementos de cánceres o malformaciones en zonas donde se usaba el glifosato. Ha habido mucho revuelo a escala mundial por su uso, incluso en algunos lugares de España está habiendo campañas muy potentes para intentar eliminar el empleo en zonas urbanas”, afirma De Prada.

Monsanto, por su parte, cuestiona y resta credibilidad al resultado del informe publicado por la IARC. Tal y como explica Greenpeace, el Roundup es el producto estrella de la compañía: en 2014 su comercialización supuso un tercio de las ventas totales de la multinacional. Uno de los motivos por los que la compañía incrementa sus ventas es por la resistencia de las malas hierbas de los cultivos por el uso continuado del herbicida. “Cuando se utiliza de forma masiva en la agricultura tiene efectos negativos porque provoca lo que se llama la resistencia a las malas hierbas. Para conseguir combatir las llamadas malas hierbas en la agricultura se utilizan mayores cantidades de sustancia, concentraciones más fuertes o incluso productos más tóxicos”, apunta Ferreirim. Además, en algunos casos el glifosato está asociado a los productos transgénicos, como por ejemplo en Argentina. “Al cabo de los años las malas hierbas desarrollan resistencia y hay que echar más glifosato para matarla. Había que echar tanto glifosato que ya no era la mala hierba la que se veía amenazada sino la propia cosecha ¿Qué se hizo? Manipular genéticamente la soja para que fuera resistente al glifosato de tal manera que se echaba glifosato encima de la propia cosecha sin matar a la soja. Esto ha ocasionado un incremento brutal del uso de glifosato en los lugares donde se ha establecido la agricultura con soja transgénica”, afirma Carlos de Prada.

Hasta hace tan solo siete años, las compañías dedicadas a la industria química no se habían enfrentado a informes y análisis realizados por organizaciones oficiales puesto que eran los propias empresas las que elaboraban las evaluaciones sobre la toxicidad de las sustancias de sus productos. En algunos casos incluso se han mantenido en secreto y nunca han visto la luz. “Hasta el año 2008 la toxicología oficial estaba controlada por la industria. La propia industria que se beneficia vendiendo un producto era la que hacía los estudios que decían si el producto era bueno o malo, si producía enfermedades, etc. Buena parte de esos informes además eran secretos, es decir, no los podían ver ni los científicos, ni la sociedad en general. No se podían evaluar”, denuncia Carlos de Prada. A partir del año 2008 el sistema cambia, pero siguen siendo las compañías industriales las que mantenían el control. “A partir de ese año se obliga a la industria a incorporar estudios independientes y a presentar los dosieres ante la Administración para determinar si se autoriza un producto pesticida. Pero como sigue siendo la industria la que tiene el control incorpora en los documentos lo que le parece. Hay muchas críticas al respecto y debería tenerse en cuenta lo que dice la ciencia independiente”, comenta el experto. Por otro lado, De Prada también recalca el poder y la presión que ejercen las multinacionales para comercializar sus productos. “¿Por qué se tarda tanto en actuar o en decir algo como lo que ha publicado la OMS? Porque la verdad es que la industria química, en este caso la industria fabricante de pesticidas, como por ejemplo Monsanto, tienen una gran influencia en la toxicología oficial y en la determinación acerca del riesgo que puedan tener ciertas sustancias”.

El medioambiente también sufre las consecuencias del uso del glifosato. Greenpeace denuncia que el herbicida causa graves impactos sobre el ecosistema y sostiene que existen evidencias científicas suficientes que demuestran que perjudica a los organismos acuáticos, desde algas microscópicas hasta peces y moluscos y a los organismos del suelo como por ejemplo a las lombrices de tierra, fundamentales para mantener e incrementar la fertilidad del suelo. La corporación ecologista rechaza la agricultura basada en productos químicos y apuesta por fomentar la agricultura ecológica: “Esto está llevando a la agricultura a un callejón sin salida al provocar el desequilibrio ecológico y una dependencia absoluta de los insumos agrícolas. Las compañías químicas velan así por sus intereses, al máximo beneficio económico, sin mirar el interés general, salud pública y protección del medioambiente”.

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