miércoles, mayo 1, 2024
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Al maestro Antoñete y su “toro blanco”

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Escribió Gómez de la Serna en una de sus greguerías: “Las varas de nardo son banderillas para toros blancos”.

‘Atrevido’, de D. José Luis Osborne no era blanco: era berrendo muy claro, alunarado, botinero y caribello. Los viejos mayorales llamaban “Burracos” a estos toros espectaculares por su semejanza con la librea de la urraca, pero eso es otra historia.

En aquel  San Isidro del 66, la prensa dio mucha relevancia a un “toro blanco” que había llegado a la Venta del Batán con la corrida de Osborne. Toda la afición pasó por la venta para admirarlo. No exagerado de trapío y un poco corniapretado, pero no cabe duda de que era un toro “guapo”. Llegó el 15 de junio y la hora del apartado. Yo estaba allí.

‘Atrevido’ no dio la menor guerra: corraleaba junto a los cabestros con la tranquilidad de uno más entre ellos. El gran aficionado D. Enrique de Foulquié a quien yo acompañaba en este acto me dijo  y no lo he olvidado: “Estos toros tranquilos en el apartado suelen salir buenos. Son tan dóciles aquí por la sencilla razón de que no están asustados, o sea, porque son bravos”.

Por la tarde ‘Atrevido’ se encontró con Antoñete y yo estaba allí: en la grada del 5  en concreto.

Las crónicas de aquello están todas hechas. El vídeo no da idea fiel de lo que allí sucedió, como suele pasar con tantas faenas históricas. Por cierto, hablando de crónicas, el maestro Antonio Díaz Cañabate debía de ir aquella tarde con la obsesión de que la Feria se hacía cada año más larga y ello le fatigaba, así que comenzó  su habitual crítica en ‘ABC’ titulando con añoranza “Aquel isidrín taurino tan pequeñito”, pero de pronto se da cuenta de lo que ocurre en el ruedo, interrumpe su redacción y escribe asombrado que lo que está pasando allí es “sencillamente el toreo eterno”.

Han pasado muchos años y los recuerdos se van difuminando. No olvido los elegantísimos naturales de ‘Antoñete’ joven enfundado en terno salmón y oro, ni las vueltas a la cara del toro para reiniciar la faena, cada vez mejor, cuando ya parecía concluida, ni las galopadas de ‘Atrevido’ a la distancia en que el maestro lo lucía con generosidad, pero lo que nunca olvidaré es que, nada más caer ‘Atrevido’ bajo el descabello, ‘Antoñete’ le mandó  un beso posando su mano en la frente.

Muchos años después, en los triunfos de su prodigiosa década de los ochenta cuando tantos nuevos aficionados descubrieron gracias a Antonio lo que era el toreo de verdad, de oro, como él decía, ‘Antoñete’ aplaudió en el arrastre a Danzarín y a Cantinero, a los que también inmortalizó, y yo también estaba allí,  pero a ‘Atrevido’ le envió un beso. Fue algo muy especial e irrepetible.

En el salón de su retiro campero, en Navalagamella, la cabeza de ‘Atrevido’ ha acompañado la madurez de ‘Antoñete’, el descanso del guerrero. Una tarde en televisión, el maestro comentó a Manolo Molés que a veces hablaba con el toro, y que no solía acostarse sin despedirse de él. “¿Cómo está el señor? Vamos a dormir”.

Ahora toca al maestro dormir el sueño de la gloria. ¿Cómo habrá sido el reencuentro con ‘Atrevido’ en la dehesa del cielo?

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