miércoles, mayo 1, 2024
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El valle del Corneja, agosto y la nueva política

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Me gusta el mes de agosto. El calor se compensa con la luz y la alegría del verano y con las miles de ferias y verbenas que se dan cita en casi todas las ciudades y pueblos de España. Como soy madrileño, nunca he tenido pueblo. Y envidio, no sé si “sanamente”, a los que sí lo tienen. Lo admito. Y lo más parecido que tengo son las verbenas de Cascorro, La Latina y Las Vistillas.

Antes de las fiestas de “mi pueblo”, en mi desarraigo capitalino, y después del largo año de trabajo, he disfrutado los primeros días de agosto descansando en el valle del Corneja, en la provincia de Ávila, en un espectacular paraje cercano a la sierra de Gredos, en el puerto de Chilla.  Un breve respiro de aire fresco, una bocanada de autenticidad y sosiego. Me fascina la simplicidad de la potente naturaleza del valle, la belleza pétrea de su rica arquitectura rural y la honestidad de sus gentes, sabias y sencillas, discretas.

En el valle el agua serpentea y corre por el cauce del río y, a veces, se asoma tímidamente a nuestros ojos, escoltada y oculta casi siempre por alineados ejércitos de chopos y castaños. Contemplo el paisaje y no puedo evitar un paralelismo entre la naturaleza del río y la de la política española, en la que los líderes se ocultan y aparecen, acorralados o libres, con ruido o silenciosamente, según la suerte del cauce que discurre.

Por Villar de Corneja, un bonito pueblecito de la vega, pasó Carlos V, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, en litera improvisada y portada por fornidos lugareños (todavía puede verse en el monasterio de Yuste el arcón con el que se fabricó el sillón-litera), de camino a su retiro en Cuacos, allá por 1.555. Tenía 55 años, había desembarcado en Laredo desde Flandes y pasó por el río Corneja antes de atravesar la sierra de Gredos por la garganta de La Olla hasta Jarandilla, en Cáceres. Estaba enfermo de gota, cansado y desdentado. Él no podía saberlo, pero moriría tres años después de paludismo, como consecuencia de la picadura de un mosquito.

Cruzó el puente romano de “La Ponseca” y dejó atrás los molinos harineros y el paraje donde el río se esconde, primero, bajo un hocino de enormes y redondeadas piedras graníticas, para hacerlo después con estrépito en un profundo pozo natural de severa y sobrecogedora belleza, y volver a aparecer más adelante, silencioso, sereno, como si nada, anegando con sus aguas frías y limpias las playas y bancales de fina arena blanca, y otra vez a la vera de choperas y alcornocales.

Dicen que el emperador abdicado, debilitado y emocionado, pedía a los lugareños que se arrodillaban a su paso (y al de su comitiva de más de 150 personas), que se pusieran en pie, mientras les daba limosnas desde el arcón-litera a hombros porteado. Cosas de la gota y el cansancio, porque hasta entonces el soberano jamás había mostrado semejantes accesos de humanidad, que sí de religiosidad extrema.

En fin, acabada mi breve vacación, he regresado al distrito centro de Madrid para las verbenas más castizas y tradicionales del foro. El 7 de agosto se conmemora a San Cayetano, aquel presbítero y fundador de la Orden de Clérigos Regulares Teatinos. Seguidamente, se celebra la feria de San Lorenzo, quien fue diácono regionario de Roma martirizado en una parrilla el 10 de agosto de 258. Dice la leyenda que antes de morir abrasado gritó insolentemente: “Dadme la vuelta, que por este lado ya estoy hecho”. Lo siento, pero me recuerda a cuando los políticos, algunos mayormente, persisten en no ponerse de acuerdo para la gobernabilidad del país y dan otra vuelta de tuerca a la ya maltrecha política española. Finalmente, pero sin solución de continuidad, el día 15 de agosto se celebra, digamos, la festividad mayor, el día grande, la virgen de La Paloma.

Siempre me han agradado estas fiestas populares, abiertas y sencillas. Desde hace muchos años acudo a ellas para disfrutar de sus actividades y tradiciones. Este año, además del programa de fiestas, permanezco atento a los acontecimientos políticos nacionales. Y como, según Cervantes,  “cada cual se labra su destino”, estoy seguro de que los ciudadanos tomarán buena nota de los comportamientos de los líderes de los principales partidos políticos, PP y PSOE, Rajoy y Sánchez, incapaces de alcanzar un acuerdo en favor de los intereses de los españoles. He sentido, sin embargo, en la actitud de Rivera, líder de Ciudadanos, un estilo muy diferente de hacer política.

Y no se trata ya de la vieja o la nueva política, pues hemos visto al joven y nuevo Iglesias pedir vicepresidencias, ministerios, televisiones, espías y ejércitos a cambio de sus apoyos. Se trata de otra forma de hacer política, distinta, ofreciendo mimbres para la estabilidad y la gobernabilidad, a cambio de condiciones concretas y de programas de actuación, proactivos, en favor de la regeneración democrática y del bienestar del conjunto de los ciudadanos, como la eliminación de los indultos y los aforamientos para los políticos, la total separación de imputados de las listas electorales y de los gobiernos, la limitación de los mandatos presidenciales, la investigación parlamentaria del caso Bárcenas y la modificación de la Ley Electoral.

No sé, como Cervantes, si “la verdad anda sobre la mentira como el agua sobre el aceite” pues, en esta sociedad mediática, la verdad, tan inasible siempre,  se confunde demasiadas veces con la opinión publicada; pero lo que sí sé es que nuestra verdad política no es otra que el seguimiento de las reglas del juego en la búsqueda y encuentro de una solución posible, a la vista de los resultados electorales y de la rígida aritmética parlamentaria surgida de las urnas.

La presidenta del Congreso de los Diputados, Ana Pastor, debe anunciar la fecha de la investidura. Y Rajoy, el sinuoso, debe acudir al parlamento a escenificar su liderazgo. El Partido Socialista tiene ante sí el reto de su supervivencia. O ellos o Podemos, los del ejército y los jurados populares, porque la gente de izquierdas elegirá. Más si nos vemos abocados a unas terceras elecciones, nadie dudará que el único capaz de pactar y negociar se llama Albert Rivera, ese tipo nuevo. 

Ignacio Perelló

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