viernes, mayo 3, 2024
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La plaga de Lisboa: las pintadas

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Todas las sociedades que han vivido en un ambiente político cerrado, dictatorial, tienen dificultades para distinguir, una vez recuperada la libertad formal, entre el derecho y el abuso del derecho.

Tras el 25 de abril de 1974, en Portugal se consideró que era lícito pintar las paredes y muros de las calles con frases políticas, convocatorias de huelgas, protestas contra ministros. Durante años, décadas, los lisboetas hemos considerado que las pintadas eran algo consustancial a una cierta idea de democracia. Hoy, padecemos el vandalismo nocturno, avieso, de esas personas que no dudan en destruir una fachada, incluso de monumentos históricos, los muros recién pintados de una casa restaurada, para dejar su huella en un galimatías de colores y rayajos.

La pintada es considerada cool, moderna, rompedora, antisistema y progresista

Y todo ello en la impunidad total. Nadie es perseguido por ensuciar una fachada y los servicios municipales, cuando pueden y tienen medios, intentan limpiar el desaguisado. Con dinero de los lisboetas, claro.

La pintada es considerada cool, moderna, rompedora, antisistema y progresista, cuando es incívica, hortera en general, de mal gusto y sucia.

Las zonas más afectadas son las de la noche lisboeta, el Bairro Alto, cuyas calles hieden y rebosan de basura las mañanas de los domingos. No sería difícil que algún policía se diera una vuelta por la zona, no ya para evitar ruidos y molestias a los vecinos y moradores (eso no preocupa a los munícipes) sino al menos para intentar pillar in fraganti a alguno de los desaprensivos que estropean de madrugada portones, tapias, esquinazos y monumentos.

El pequeño desafuero, dejado sin sanción, se va convirtiendo en costumbre y ya no hay quien lo pare. Pero no interesa. Ahora son las elecciones municipales lo que interesa a los políticos. ¿Las fachadas, las pintadas? cosas de unos cuantos estetas reaccionarios que no quieren la libre expresión.

Pero quizá también tenga esto que ver con esta idea ibérica de que no pasa nada, de que todo da igual, de que, al fin y al cabo, tenemos problemas más graves que unas inocentes pintadas (por cierto, bautizadas como grafiti para darles cierto marchamo artístico).

Recuerdo que en la época de la dictadura, los opositores más avezados, más serios, despreciaban la pintada como una muestra de debilidad del movimiento opositor. Una pintada era algo individual, un grito de protesta que se quedaba perdido en un muro y que no representaba la fuerza del partido o sindicato clandestino. Ahora que la pintada se ha despolitizado y es puro vandalismo ya no hay forma de atajarla. Es un puro acto de gamberrismo tolerado y disculpado.

El Concejal de Espacios Públicos de Lisboa, José Sá Fernandes, declaró formalmente la guerra a las pintadas para 2013.Y el Ministro del Interior dijo que iba a modificar la ley para castigar este tipo de vandalismo. Nada se ha hecho, evidentemente (aunque uno se pregunta si es necesario cambiar una ley para castigar daños dolosos en la propiedad privada y en la pública. ¿Acaso no existen normas desde hace siglos para ello?). Ahora dicen que hay multas de cien a veinticinco mil euros, pero nadie ha tenido noticia de ningún sancionado. Como es habitual en la Península, mucha norma pero ninguna aplicación.

No hemos visto a ningún autor obligado a limpiar la fachada que ha ennegrecido o coloreado

Pero nadie parece saber cuánto nos cuestan a los contribuyentes las pintadas. Quitarlas, limpiar, reponer signos y letreros estropeados, etc. En Estados Unidos y en Gran Bretaña sí le llevan prestando más atención al problema porque el metro de Londres calcula que el coste anual es de más de catorce millones de libras; pero eso no es nada, a Gran Bretaña le cuesta mil millones de libras anuales.

Mientras, los lisboetas seguimos discutiendo desde hace más de veinte años si las pintadas son arte o vandalismo, si es otra expresión de la cultura urbana o una simple molestia, si borrarlas es una resurrección de la denostada censura salazarista (la capacidad para perder el tiempo en discusiones y no tomar medidas es muy nuestra) o una necesidad urbana y cívica. Los empleados municipales, pacientes, mal pagados y mal equipados, limpian algunas piedras de edificios señeros llenas de tags que los artistas nocturnos han adornado. No hemos visto a ningún autor obligado a limpiar la fachada que ha ennegrecido o coloreado. Faltaría más.

Redacción

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