martes, abril 30, 2024
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Un león en invierno

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Lo fascinante de los documentos traídos del inmueble de Osama bin Laden, más allá de los titulares sobre conspiraciones encaminadas a asesinar a líderes estadounidenses, es la forma en que permiten al lector introducirse en la mente del cerebro terrorista. Solamente he visto una muestra selecta de los miles de documentos obtenidos la noche del 2 de mayo de 2011. Pero incluso esos documentos contados que me fueron mostrados por un alto funcionario de la administración Obama dan una idea de la forma en la que bin Laden veía el mundo en los años previos a su muerte.

Era el león en invierno: Bin Laden se ocultaba en un inmueble de Abbottabad, Pakistán, paseaba en su patio interior, veía la televisión y dictaba mensajes a sus esposas. Era simultáneamente un caballero ducho en las cuestiones humanas que trata de dirigir una red terrorista global, y un erudito musulmán contemplativo que razona sus ideas utilizando frases del profeta Mahoma o cita las batallas emprendidas por los amigos del profeta.

Un aire de sufrimiento sobrevuela estas páginas, no simplemente a causa de la pérdida de los colegas de bin Laden, a los que elogia cada pocas hojas, sino porque bin Laden intuía que el propio movimiento había perdido fuerza. Vivía en un mundo limitado dentro del cual sus socios y él eran perseguidos de forma tan implacable por las fuerzas estadounidenses que tenían problemas para enviar la más sencilla de las comunicaciones.

Bin Laden quiso salvar lo que quedaba de su red evacuándola del campo de tiro de las zonas tribales de Pakistán. Destacaba «la importancia de la salida de los líderes hermanos de Waziristán… Hay que elegir emplazamientos distantes a los que desplazarlos, lejos de la fotografía aérea y el bombardeo».

Esta orden de evacuación aparece en el documento más revelador que me fue mostrado, que es una voluminosa directiva de 48 folios destinada a Atiyah Abd al-Rahmán, que en la práctica hacía las veces de jefe de gabinete de bin Laden. A lo largo de todo este documento, bin Laden examina la probabilidad de que al-Qaeda haya fracasado en su misión de yihad. Bin Laden empieza recordando la gloria de las jornadas posteriores a los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando sus muyaidines de al-Qaeda constituían «la vanguardia y los heraldos de la comunidad islámica en lucha contra la alianza cruzado-sionista».

Pero el líder de al-Qaeda se detiene inmediatamente en una amarga reflexión en torno a los errores cometidos por sus seguidores — en especial el asesinato por su parte de musulmanes en Irak y en otros sitios. El resultado, dice, «nos conducirá a ganar diversas batallas al tiempo que perdemos la guerra al final». Bin Laden reflexiona en torno al «daño extremadamente grave» provocado por estos yihadistas fanáticos. No sólo la reputación de la organización se está viendo perjudicada, destaca, sino que «decenas de miles están siendo detenidos» en Egipto y Arabia
Saudí.

El protector bin Laden aconsejaba a sus seguidores que se abstuvieran de perpetrar atentados injuriosos en países musulmanes y que empezaran en su lugar «a centrarse en objetivos estadounidenses primero de países no islámicos, como Corea del Sur». En otro extremo, destaca: «El acento hay que ponerlo en las acciones que contribuyan a la intención de desangrar al enemigo estadounidense». Con sus seguidores cazados y a la huida, bin Laden ponía el acento en los métodos clandestinos para evitar la detección. Advertía a los subordinados en contra de hablar con la prensa, por ejemplo, destacando que «un chip de rastreo puede ser introducido entre alguno de sus efectos personales» y que serían «seguidos de forma involuntaria… sobre el terreno o por satélite». El comandante oculto sugería costumbres encaminadas a evitar la vigilancia electrónica que implicaban cambiar de vehículo dentro de los túneles. Y advertía a los fieles que se desplazaban por Irán de prescindir de cualquier cosa comprada allí, porque «los iraníes no son de confianza» y pueden colocar «dispositivos de escucha… tan pequeños que pueden introducirse incluso dentro de una aguja quirúrgica».

El líder terrorista quería un golpe de efecto -muy al estilo del púgil en los últimos combates que sabe que está perdiendo pero sigue buscando el k.o. En un extremo bin Laden aconseja a Atiyah elegir a 10 hermanos «para aprender a pilotar» y disponerse «a llevar a cabo operaciones suicida» y «llevar a cabo misiones importantes, precisas y atrevidas». Bin Laden habla de errores «ajenos a la voluntad humana» y decía que era necesario disculparse cuando estos errores se produzcan en tiempo de guerra. Hacia el final de su largo mensaje dirigido a Atiyah, habla de su hijo Hamzah y de su deseo de que el joven sea educado como académico religioso en Qatar «para que pueda refutar los errores y las sospechas en torno a la yihad». El tono es prácticamente el de un hombre que intuye que el final puede estar cerca, que espera que su hijo limpie su nombre. «Nos acercamos a una etapa en la que la estrechez de miras cuesta la vida», dice bin Laden en la penúltima página. Era más cierto de lo que creía.

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David Ignatius

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