martes, abril 30, 2024
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Fina, fina, filipina

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Era la secretaria del jefe y era tan elegante y tan fina que parecía de porcelana. Siempre daba la sensación de que, en cualquier momento, se iba a romper. De mediana edad. Usaba zapatos de marca con tacón altísimo. Traje de chaqueta. Pelo recogido en la nuca. Siempre iba perfectamente pintada. Y caminaba erguida con paso corto. Parecía inalcanzable. Y, desde luego, siempre daba la sensación de ser una estrecha. Sonreía poco y despreciaba a los que vestíamos vaqueros o de manera poco ortodoxa. Cuando entraba alguien a ver al jefe, siempre sacaba de su bolso un pequeño spray y lo rociaba todo. Se decía que, posiblemente, fuese lesbiana.

Cierto día, al salir del trabajo, la vi en la puerta esperando un taxi. Como llovía, me ofrecí a llevarla a su casa o a donde ella quisiera… Se excusó al principio, pero, ante mi insistencia, aceptó la oferta. Me dijo que tenía su coche en el taller y que agradecía la cortesía. Sin más, la llevé hasta la puerta de su casa.

Al día siguiente, también llovía y al verla salir me volví a ofrecer y volvió a aceptar. Al tercer día, pasó igual. Pero, ese día, al llegar ante su portal, me ofreció subir a casa. Quería invitarme a una copa como agradecimiento. Sin mucha gana, acepté. Estaba seguro de que perdería el tiempo.

Pero no perdí el tiempo. Aquella, mujer tan fina y elegante, nada más cerrar la puerta de su apartamento, hizo un movimiento con las manos, agitó la cabeza y su pelo recogido cayó en cascada sobre sus hombros para, a continuación, quitarse la chaqueta, bajarse la falda y sacudirse los pies con el objeto de que sus maravillosos zapatos de tacón volasen por el salón mientras se dirigía, supuse, a su habitación a cambiarse. Para, dos minutos después, aparecer totalmente desnuda con dos copas en una mano y una botella de bourbon en la otra. Yo me quedé pasmado. Aquella situación parecía sacada de una película y yo no me podía creer que aquella mujer, tan distante en la oficina, se podía haber convertido en otra de mirada tan cálida y cuerpo apetecible.

Dejó la botella y las copas sobre una mesa, se acercó a mí y comenzó a desnudarme. Pero no lo hacía como cualquier mujer apasionada o caliente. Lo hacía despacio. Como si bailara haciendo un estriptis pero al que desnudaba era a mí.

Empezó desabrochando los botones de mi camisa de frente pero terminó haciéndolo desde detrás mientras restregaba su sexo en mi trasero. Aquello empezó a gustarme y mi pene empezó a reaccionar. Pero decidí seguir quieto. Pasivo. Dejándome llevar.

Volvió frente a mí y mordió mis pezones. Fuerte, suave, fuerte, suave, fuerte. Alternándolos. Sabiendo lo que hacía. Mi erección ya no cabía en los pantalones. Entonces se dio la vuelta y volvió a restregarse contra mí. Ahora era su trasero el que frotaba mi dureza.
Volvió a darse la vuelta y, de nuevo desde detrás, me quitó el cinturón, desabrochó el pantalón  y lo bajó liberando mi verga en todo su poderío. En ese momento, yo quise darme la vuelta y entrar en acción pero con un movimiento seco me empujó hacia una de las paredes del salón y me susurró que apoyase mis manos sobre la pared. Lo hice y comenzó a culearme como si fuese un tío, al tiempo que cogía mi pene y comenzaba a hacerme una especie de masturbación… Su sexo golpeaba mis nalgas alternándolo con roces lentos mientras se aferraba a mi pene y a mis testículos. Al poco, empezó a jadear y terminó dando un grito de placer…

Yo estaba desorientado.  Me soltó y se fue a sentar en un sofá que había cerca para recuperarse… Al verla agotada, me subí el pantalón e hice intención de ir al baño para asearme mientras ella se recuperaba. Había sudado en la oficina y mi cuerpo y mi sexo olían a humanidad y eso suponía que no le gustaría. Pero ella me cogió de una mano y me detuvo, al tiempo que me decía que no me lavase porque a ella le encantaba el olor natural del macho… Que a ella le gustaba el sexo guarro. Y mientras me lo decía, me escupía el pene y se lo metía en la boca…

Fue una noche de sexo salvaje y alcohol que terminé sin entender nada. Y mucho menos con la resaca. Porque la mujer elegante, fina, perfumada e inaccesible de la oficina no era, precisamente, lo mismo fuera de ella… Aunque, en sus propias palabras, en la cama ella también era muy fina… pero fina, filipina.

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