jueves, mayo 2, 2024
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Desobediencia civil económica

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por la visión que le ofrece el tiempo actual de la decadencia del capitalismo. A cualquiera le cuesta cambiar de afectos, pero a la sociedad civil más. Le cuesta tanto porque en el fondo la conversión de un grupo de valores personales en un valor general siempre es una operación de ingenua conciencia. Los valores sociales se parecen menos a los personales por eso, porque son más leves, más ingenuos, más optimistas. Deben sufrir una operación de generalización y popularización transcultural y transpolítica y terminan oliendo a café para todos. La sociedad civil se ha pasado unos años con Das kapital de Carlos Marx en el cajón, con la llave echada, recostada en los brazos de los profetas que profetizaban el triunfo del mercado sobre los poderes públicos y la civilidad. En ese tiempo transcurrido, ha, literalmente, levitado sobre los aires de grandeza que expiraba la economía liberal, elevada por los soplos casi divinos de la prosperidad y el crecimiento continuos. Pero de pronto, sin previo aviso, las subprime se han llevado con ellas al infierno una cuarta parte de la riqueza mundial, por lo menos. Pero obsérvese que se trata de la cuarta parte de la riqueza de los que la tenían, con lo cual, los que no la tenían no están más cerca de los más ricos tras ello, sino que se han alejado algo más. Los cierres empresariales y el aumento pavoroso del paro, el horizonte paupérrimo de los vencimientos hipotecarios sin medios de pago, y tantas cosas inimaginables aún, si atendemos a la frase pronunciada en Davos por el número dos del FMI, Jhon Lipsky: «… Pero lo seguro es que las próximas noticias van a ser peores» van a repartirse por cada rincón del planeta depositando su pestilente olor a podredumbre y pesimismo.

La sociedad civil asiste cada día al papelón de expertos que confiesan no saber cuán largo es el túnel, ni, desde luego, cómo salir de él. El camino correcto serpentea entre el hambre, el desahucio, los impagos y las deudas, con el cinturón tan apretado que menaza con cortar la respiración de los servicios públicos elementales, pilares de la sociedad del bienestar, que alumbró el hombre digno. ¿O alguien duda de que las pensiones o la sanidad vayan a estar a salvo? El Estado está a punto de quebrar arrastrado por los banqueros, humillado ante ellos, prestándoles dinero para que continúe el expolio, para que finalmente sea enterrado de nuevo como pronosticaba Quevedo en el siglo XVII. Asumamos que todo está en riesgo, que nada va a permanecer al margen y que lo que hicimos de depositar nuestra confianza en ajenos, en la confianza de su pericia, ha resultado, de nuevo, otro fracaso.

La sociedad civil asiste atónita a propuestas cada vez más descabelladas y circenses como la de crear bancos basura o mirar para otro lado en los balances de los poderosos. Mientras, corren las semanas y los meses, vuelan los recibos de las deudas en círculo como cuervos, aumentan los amigos en el desespero del desempleo y una enorme sombra desciende como una seta maligna por el ánimo del hombre. Pero ojo: hasta el hombre, cuando se ve acorralado, convierte su penúltima fuerza en destructora. Como le obliguen, saldrá a la calle y después no habrá quien lo pare. Aviso.

Patxi Andión

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