Las bolsas españolas terminan una «semana negra» con «cero grados» que diría un castizo: es decir, con una ligera pérdida, casi inapreciable del 0,18%. Parece que los inversores se han tomado la jornada como un «inicio de vacaciones» de Semana Santa, un anticipo de lo que se avecina para los lunes, martes y miércoles que viene. Ni siquiera las indecisiones de Wall Street, tras conocer los resultados de la revisión del crecimiento del PIB norteamericano, han influido en los resultados finales.
Ni siquiera los resultados del Consejo Europeo de primavera, en los que parece ser que se ha llegado a una solución de compromiso para ayudar a Grecia del pozo en que se ha metido, animan a los inversores europeos. Y es que, el futuro no está para grandes fiestas. Ni siquiera la actitud conciliadora de Angela Merkel permite pronosticar cierto optimismo. La cosa está así:
Grecia ha tenido que dar un golpe encima de la mesa, incluso amenazando con salirse del euro, para que todos empiecen a pensar en la posibilidad de que la Unión Europea se desmorone. Su primer ministro, Papandreu, sabe que, si no le ayudan en Bruselas, siempre quedan organismos internacionales como el FMI que sabe, con una visión de futuro mucho más clarividente que la de los mediocres gobernantes de la UE, que no van a permitir que un país aparentemente desarrollado como el heleno se declare en bancarrota. Así empezaron los males que dieron lugar a la Gran Depresión de los años treinta y todos sabemos las consecuencias funestas de esta situación.
Pero el problema no acaba en Grecia. Lo venimos diciendo desde hace unas semanas. El efecto «dominó» que genera la situación griega, y que puede afectar a países como Portugal y España, -esta última pone dinero en el asunto de rescate cuando su situación financiera no es precisamente boyante-, es lo que mantiene en vilo a los inversores. De ahí que no se pueda efectuar un pronóstico fiable de lo que va a pasar en las próximas semanas en los mercados financieros. Todo va a depender de muchas cosas.