sábado, mayo 4, 2024
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Parergas y paralipómenas

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Pasen años, siglos o milenios, el hombre siempre será hombre, y sus más básicos instintos y su esencia humana, permanecerán inmutables. Afortunadamente, su aspecto más básico y animal, ha ido evolucionando, puliendo sus formas, hasta suavizar los contornos de sus sentidos y desdibujar las aristas de su comportamiento para adecuarlo a convivir en sociedad. Hemos aprendido a racionalizar los sentimientos y a utilizar el arte de la dialéctica para crecer y progresar.

Pero, ¿qué diría Schopenhauer si pudiera ser testigo de los debates políticos que ha de tragarse a diario el ciudadano español, y que le son inoculados a borbotones por todos los canales multimedia que le acechan y las redes virtuales que lo envuelven? Lástima que muchos de esos personajes que hoy protagonizan la escena política y mediática, no fueran a clase el día que tocó hablar de dialéctica erística, y desconozcan el arte de discutir aunque siempre se pretenda tener la razón –per fas et nefas-. Porque, querido lector, debatir es todo un arte; pero hoy, un nutrido de “políticos” de izquierda radical, han cambiado el discurso por el insulto, la argumentación por la violencia verbal y gestual, el atril por los contenedores, y el Parlamento por la “kalle”.

Para esta nueva clase de políticos sus disputas no buscan un acuerdo, sino una victoria clara y rotunda, sin concesiones. Para ellos, todo encuentro dialéctico es susceptible de convertirse en un auténtico campo de batalla, en el cual es mejor no dejar prisioneros.

No se trata de una mera cuestión cultural o de coyuntura geográfica, justificada por quienes defienden la teoría de que en los países mediterráneos, cuando surge un conflicto, demasiadas veces un golpe de genio domina sobre el diálogo.  No, no nos llevemos a engaños, es lamentablemente, algo mucho más profundo y más peligroso que todo eso; se trata de la política del odio, sustentada en el rencor, alimentada por la envidia e impulsada por el más rancio comunismo radical. 

Hace seis años que la ministra del PSOE “zapaterista”, Leire Pajín, vaticinó una conjunción planetaria entre los líderes progresistas Zapatero y Obama… -casi nada-. Hoy creo que de aquellos sortilegios, alineaciones planetarias y aires esotéricos varios, sólo sobrevivió un maleficio: el oscuro deseo de volver a despertar en los españoles el odio que nos abocó a una terrible Guerra Civil y el rencor que posteriormente habitó en varias generaciones y que gracias al crecimiento, la evolución y el progreso de nuestro país, había quedado diluido en la moderación, la concordia y el deseo común de cerrar una página terriblemente dolorosa de nuestro pasado, para apostar juntos por el futuro.

Zapatero fue la punta de lanza, pero no fue el único responsable de “remover” las miserias históricas, despertarlas a la memoria colectiva, e incluso legislar sobre los recuerdos, con tanta presteza como desconocimiento. Efectivamente, la situación política que vivimos actualmente, pone de manifiesto claramente, que existían grupos interesados en agitar las aguas, para crear el caldo de cultivo perfecto canalizando descontento e indignación, para “okupar” las calles, los espacios y hasta el poder en las instituciones.

Estos personajes violentos que en ningún momento merecen el calificativo de políticos, se han dedicado a quemar contenedores,  agredir a policías,  blasfemar y escupir a los católicos, a orinar y defecar en las iglesias, a decapitar santos, asaltar supermercados, pegar violentamente a ciudadanas aún en estado de gestación,  ocupar edificios y plazas, y  asaltar capillas al grito de “¡Arderéis como en el 36!”… entre otras acciones deplorables.

No es una cuestión de confrontación de ideas, ni de debates… es una cuestión visceral de odio profundo.

Existen muchas formas de ejercer la violencia, no sólo la que se lleva a cabo con los puños y las patadas. Y, a estas alturas, no sé cómo podemos enderezar la situación para que las aguas vuelvan a su cauce, y olvidemos de una vez por todas lo malo, para que desechemos el revanchismo y miremos de frente el futuro, con esperanza y, sobre todo, juntos.

Hubo un tiempo en el que los españoles estuvimos a la altura de las circunstancias y decidimos colaborar pensando en el mejor futuro para nuestros hijos. Seamos positivos y tendamos puentes. Dejemos el odio y el rencor aparcados, la historia nos ha enseñado que no conducen a nada.  Schopenhauer no contempló en la exposición de sus 38 estratagemas sobre “El arte de tener razón” ninguna que fuera violenta. Ciñámonos al debate para después construir en positivo. Diseñemos un futuro a favor.

Borja Gutiérrez

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