lunes, abril 29, 2024
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El partido más importante, nos lo jugamos en casa

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En otros tiempos fui un voraz lector, de esos capaces de leer de forma ávida varios libros a la vez, intercalando ensayo, novela, poesía… según el momento y las circunstancias. Hoy, sin embargo, busco mis pequeños momentos de lectura, con el mismo afán de quien buscara El Dorado, absorbido por completo mi tiempo por el trabajo y los quehaceres diarios. Cuando por fin hallo el momento propicio, me dejo arrastrar por las palabras hasta perderme entre las páginas de papel. Esta tarde acaricio una obra que me gusta releer de vez en cuando… “No era el hombre más honesto, ni el más piadoso, pero era un hombre valiente. Se llamaba…” El tintineo mudo de las palabras leídas y pensadas, que no pronunciadas, me traslada a la vieja Taberna del Turco. Estoy convencido de que mis queridos lectores, ya sabrán el título de la novela que tengo entre mis manos… Continúo, pues: “…Se llamaba Diego Alatriste y Tenorio y había luchado como soldado de los tercios viejos en las guerras de Flandes”.

Por un momento abandono la taberna del Turco y vuelo hacia las verdes tierras de Baviera, donde los tercios españoles aniquilaron a las huestes nórdicas en la Batalla de Nördlingen, terminando con su hegemonía en Europa y con la leyenda de su invencibilidad.

Lejos queda aquel imperio español sobre el que nunca se ponía el sol. Rememoro con orgullo,  ese espíritu entre aventurero y patriótico que llevó a los aguerridos soldados del ejército español a poner sus picas en Flandes, o a recorrer centenares de kilómetros en inverosímiles expediciones por el desconocido continente americano para conquistar nuevos territorios que regalar a España a cambio de su sudor, su esfuerzo y sus vidas. Hoy, aquel sentimiento que hacía girar nuestro universal imperio ha quedado anestesiado, diluido entre aguas edulcoradas, confusas y manipuladas. Hoy, lamentablemente, aquel orgullo patrio que nos ennoblecía como pueblo, solo parece aflorar en intervalos de dos años, cuando se celebran eventos futbolísticos como la Eurocopa o el Mundial. Hoy, el mundo se conquista en los terrenos de fútbol.

Es, precisamente, cada dos años, cuando no está “socialmente penalizado” portar la bandera de España y, por tanto, se puede enarbolar sin complejos; cuando miles de aficionados se pintan la cara con ceras de color rojo y gualda; y cuando se escucha cantar con orgullo aquello de: “Yo soy español, español, español”.

Bendito sea el fútbol que hace emanar de forma natural la alegría, la satisfacción y el orgullo de ser español y, lo más importante, de sentirse español.

España es una gran nación y posee un legado histórico, artístico y cultural, sin parangón en el mundo. ¿Cómo es posible que frente a toda esa riqueza siempre nos hayamos querido tan mal y no hayamos cejado en nuestro empeño de autodestruirnos? A mi memoria viene la célebre frase de Otto von Bismark: «España es el país más fuerte del mundo, los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido». Lamentablemente, es así.

En España, por el contrario de lo que ocurre en la mayoría de los países, principalmente los de carácter anglosajón, existe una nefasta fascinación por adulterar la historia, por manipular el pasado para servir a determinados partidos e intereses políticos.

El Ayuntamiento de Barcelona, por ejemplo, reparte de forma sistemática unos panfletos para “indicar” a los profesores de historia como tienen que “interpretar” para sus alumnos, la Guerra de Sucesión y cómo han de definir las consecuencias que tuvo aquel conflicto para la sociedad catalana.

Cuando cada uno mira para un lado, resulta un lastre para nuestra educación, nuestra cultura, y para tener una visión de conjunto sobre nuestro pasado como pueblo y como nación, que existan 17 sistemas educativos, algunos parece que “empeñados” en destruir una historia común, llevando a nuestros estudiantes a un provincialismo absurdo, y abocándonos, irremediablemente, a la disgregación, a la pérdida del sentimiento nacional y, por tanto, abonando el campo para el independentismo.

Elementos como el territorio, el idioma, la religión, las costumbres y tradiciones, no constituyen por sí mismos el carácter de una nación; es el sentimiento de pertenencia a una vida colectiva el que dota a un pueblo de ese carácter. Los españoles tenemos ese sentimiento desde hace ya más de 500 años y en nuestras manos, principalmente en las de quienes nos hallamos en la Administración Pública, trabajando directamente por y para España, quienes debemos tratar de reconducir a toda costa, los cauces –como la educación común, general y no adulterada- para que el sentimiento de orgullo por pertenecer a este país no permanezca hibernando entre los ciudadanos, despertando solamente cada dos años, al calor de los goles que se marcan en los campos de fútbol.

No hace falta viajar a Nördlingen o a Flandes… hoy los españoles tenemos la responsabilidad de luchar por la unidad de nuestro país “jugando en casa”. Demos juntos la victoria a España.

Borja Gutiérrez

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