jueves, mayo 2, 2024
- Publicidad -

De cuando Cayetana se quitó de las caderas a Popper y a Wittgenstein

No te pierdas...

Terrible. Con esto de ahora, el teatro y circo, se me ocurrió escribir un texto para dos en el que Wittgenstein y Popper discutían como de costumbre, el primero con sus proposiciones contrastables,  y el otro con que eso no es sino abuso del lenguaje.

Fui, pues, al Zoo, y los contraté. Popper era un papión petulante (no en vano George Soros se dice discípulo suyo) y Wittgenstein, a fuer de curángano, un capuchino pródigo en visajes.

A Cayetana Guillén Cuervo le hicieron mucha gracia ambos monitos tan sabios –sugirió que los vistiéramos de monosabios de plaza de toros– y se los ahorcajó en cada cadera para iniciar los ensayos. Ella haría, en la función, el papel de moderadora del debate, pero no a la manera en que hacen eso las monicacas presentadoras de televisión.

Cayetana iba deslumbrante aquel día del inicio de los ensayos de mi obra. Vestía con aire de seda y color de cólquico otoñal; su sonrisa, de prodición y embeleso como en Amor idiota, cuando se gira en la barra de un bar y abre las piernas para que un monicaco la toque a modo.

Mi texto, al carajo.

Popper acudió a sus memorias (el caso del atizador del capuchino Wittgenstein, que omitimos por ser cosa muy sabida) y Wittgenstein se burló recordando que el papión Popper dijo que peor que sus errores políticos, en Marx y en Kennedy, fueron sus infidelidades matrimoniales. Se mofó igualmente de la esposa del luterano Popper, una dama ultracatólica.

–¿Y tú, que de tan promiscuo y homosexual causaste pavor a Bertrand Russell, ese Satán de los suburbios? ¡Pero si hiciste la primera comunión con Hitler en la Realschule de Linz!

Así todo. El uno, que si «sólo te falta vestir de mujer y cantar Tatuaje, cuya letra, por cierto, no desmerece de tus tesis sobre las proposiciones contrastables»; el otro, que si «mira qué calzonazo eres, inquisidor que no callas aunque no sepas».

Cayetana, a lo primero, los mandaba callar y se reía.

–¿Pero cómo se te ha ocurrido pensar en estas histéricas? –me dijo.

Yo suplicaba.

Hubo un momento en que, cada uno desde la cadera de Cayetana donde se ahorcajaba, quiso echar mano al otro. Ahí concluyó la cosa. Cayetana, rauda y liviana, como en aplicación de una técnica de koshi waza, los proyectó lejos de sí mientras les dedicaba unas cuantas malas palabras. Sin mirarse ella la ropa.

Ya se llevaban a los monos, cuando la Guillén Cuervo y yo nos tomábamos una cerveza.

–Ánimo –dijo revolviéndome el cabello escaso–. Poco sabes tú de la actuación –añadió, definiendo así la Filosofía.

No hubo más. Soy feo y giboso, un profesor de Filosofía. Pero su caricia me hizo sentir como Luis Mazzantini cuando Sarah Bernhardt lo invitó a su habitación del Hotel Inglaterra, en la Habana.

 

 

 

 

 

     

    

 

 

 

José Luis Moreno-Ruiz

Relacionadas

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Publicidad -

Últimas noticias

- Publicidad -