sábado, mayo 4, 2024
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Cada cosa por su nombre

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Que se continúe utilizando el diminutivo con uno de los asesinos de Sandra Palo, como si se tratara de aquel vecino a quien saludábamos de niños, o de ese primo por el que sentíamos predilección y nombrábamos, cariñosamente, añadiendo el sufijo, me provoca una profunda desesperanza, y, por más que intento que la tranquilidad no mude casa en mi pecho, no consigo mantener el sosiego cada vez que se pronuncia.

Al escuchar o leer ese “‒ita” se me eriza el vello, resuello y giro la cabeza porque no puedo olvidar el intenso dolor de D.ª María del Mar cuando la impotencia se le descolgaba de entre las uñas mientras unos policías, sabedores del padecimiento de la mujer, asían sus brazos, firme pero suavemente, intentando no quebrar aún más su ya frágil espíritu.

Sin el equilibrio alrededor de ellas, las palabras hieren en lo más hondo del alma cuando las utilizamos de manera que acercan a nosotros personas o sucesos que nada tienen de valía. Me importa un bledo que se trate de un sobrenombre rufianesco dado por sus coleguitas de turno o de una afectuosa nominación familiar, pero no es un ardite que salga de su pequeño círculo de relaciones para extenderse, sin razón alguna, a través de los medios de comunicación.

En esto dispongo ahora mi pensamiento, en estas líneas que escribo en un momento en el que el grueso de este artículo tal vez no sea motivo de actualidad. Sin embargo, ¿qué existe más presente e infinito que el dolor de unos padres a quienes despojaron de su bien más preciado? Me niego a utilizar el sufijo con uno de aquellos que mataron a Sandra. El apelativo cariñoso le pertenece a ella, es suyo, con él intento llenar de afecto su ausencia y colmar de emoción su memoria. ‘Sandrita’, para familiares, amigos y desconocidos como yo.

Algunas sociedades tienen (tenemos) malas costumbres: apelar a facinerosos con formas coloquiales, entrevistarlos en televisión o hacer películas en las que la bondad se castiga y la maldad, además de resultar atractiva, se premia. Llamemos a las cosas por su nombre y, al criminal, por el suyo.

Mariam Budia

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