jueves, abril 25, 2024
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El imperio español, las deudas y ZP

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La revista Muy Interesante me encargó hace unos meses un artículo sobre las bancarrotas del Reino de España debido a que se había puesto de moda la deuda del Estado. Las agencias de calificación financiera ya estaban poniendo en duda la solvencia de nuestro país desde el 2009 y existía la sensación de que íbamos a la bancarrota. Consulté libros, hablé con especialistas, hice unos cuadros y al final el artículo salió publicado en abril pasado.

La primera suspensión de pagos de que se tiene idea proviene de 1557, cuando Felipe II reinaba en España. Era una suspensión de pagos o de “asientos” como se decía entonces, es decir, ese tiempo muerto que pide una empresa para rehacer sus cuentas y aplazar sus deudas.

¿Es que el rey era un manirroto? No tanto. Esa suspensión era producto de una herencia envenenada.

Años atrás, en 1519, su padre tuvo que salir corriendo hacia Alemania para heredar otra corona. Era el rey Carlos I de España. Su abuelo, el emperador Maximiliano I, acababa de fallecer. En Alemania, la costumbre dictaba que el nuevo monarca tenía que ser elegido por siete príncipes, los llamados príncipes electores.

Antes de morir, Maximiliano I había propuesto que recayera la corona en Carlos de España, su nieto, y para convencer a los príncipes electores, les dio una bonita cantidad de dinero. ¿De dónde salió este dinero? De los bancos. En concreto, de la familia de banqueros Fugger.

Carlos I regresó de aquel viaje con la corona del Sacro Imperio Romano Germánico y con un montón de deudas. Para garantizar esas deudas, el rey tuvo que presentar avales gigantescos, como las minas de oro y plata en las Américas. Así que cuando Felipe II heredó el poder en 1555, se encontró con que su padre también le había dejado esta hermosa deuda y las propiedades hipotecadas.

Dos años después, en 1557, los consejeros reales dijeron que no había dinero y entonces Felipe II declaró “la suspensión de pagos de los asientos”. Debía a los Fugger unas 64.000 onzas de oro.

Lo paradójico era que el Reino de España estaba manejando una cantidad imponente de dinero. Las minas de oro y plata de las Indias Occidentales funcionaban a toda máquina. El rey había reorganizado los impuestos, y hasta estaba naciendo una clase funcionarial. El problema era que los gastos, como suele suceder en las suspensiones de pagos, eran superiores a los ingresos. Las guerras en todo el mundo, el mantenimiento del mayor ejército del planeta y la flota más grande nunca vista suponían un gasto desmesurado que llevó a Felipe II a declarar dos suspensiones de pagos adicionales: en 1575 y en 1597. Para colmo, los gastos en las Cortes y en la maquinaria estatal fueron aumentando debido al excesivo número de funcionarios, entre los cuales se contaba la mejor red de espías de la época. Y lo que quedase se lo merendaban los arrendatarios y recaudadores de impuestos, que según el historiador Earl Hamilton, en tiempos de otro sucesor, Felipe III, ya eran entre 60.000 y 120.000 personas.

Más o menos, eso es lo que está sucediendo ahora con las finanzas españolas: tenemos un ejército de 4,6 millones de parados. Tenemos 3,3 millones de funcionarios. Tenemos unos gastos sociales de los que estamos orgullosos (sanidad, cobertura del desempleo, pensiones), pero que no son compensados por los ingresos estatales. Es como si las minas de oro y plata de América se hubieran agotado.

Si se pone todo eso en un mismo saco, ¿se puede deducir que el Reino de España corre el riesgo de suspender pagos como en tiempos de Felipe II? Todavía estamos muy lejos de esa situación, pero técnicamente está sucediendo lo mismo. El Reino de España debe unos 550.000 millones de euros. Eso equivale a menos del 60% del PIB, lo cual está dentro de la categoría de lo admisible por ahora.

A los inversores internacionales y a los prestamistas no les interesa lo que deba un país, sino si va a devolver esas deudas. Cuando gobernaron los Austrias, surgió la época de la España de Oro, no sólo en las letras sino en la economía, pues nunca hubo tal cantidad de oro y plata que entrara y saliera de un país en tan poco tiempo.

Entre 1503 y 1660, entre Carlos V y Felipe IV, se importaron 16.886 toneladas de plata y 181 toneladas de oro de las minas de Zacatecas y Potosí, según el historiador norteamericano Earl Hamilton, un hombre paciente que se dedicó a recorrer archivos españoles en los años veinte y treinta del siglo pasado (su libro se titula El tesoro americano y la revolución de los precios en España 1501-1650, editorial Ariel). A pesar de tanta riqueza, en ese periodo hubo seis suspensiones de pagos y una renegociación de deuda.

Hoy nuestro oro es nuestra producción nacional. Turismo, ocio, coches, bienes de equipo, hortalizas… Somos una de las mayores potencias del globo, lo cual haría pensar que aquí no sucederá lo que les sucedió a los Austrias. En aquel tiempo era la mayor potencia del globo con la mayor riqueza del globo. Y suspendió pagos.

Esto debería servir a Rodríguez Zapatero para tener más humildad a la hora de defender la solvencia española, y a ser más corajudo a la hora de poner en marcha medidas radicales para salir de la crisis. Para la banca internacional no importa lo grande que seas ni las deudas que tengas, sino lo fiable que eres.

Los Fugger se arruinaron en 1607 por confiar demasiado en la deuda española. De ellos sólo queda un pequeño rastro en Madrid: una modesta calle llamada Fúcar.

Carlos Salas

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