jueves, mayo 2, 2024
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Emergencia nacional

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Los acontecimientos críticos atropellan a este Gobierno que, como un gregario de pelotón ciclista, trata de resistir penosamente el tirón de la recesión. El aldabonazo de las cifras de desempleo -llegaremos a los cuatro millones de parados en pocos meses-, combinadas con la tasa interanual de inflación (0,8%, claramente al borde de la deflación), sitúan la macroeconomía española en una zona de altísimo riesgo. El Ejecutivo transmite, además de una enorme sensación de impotencia, una preocupante ausencia de fiabilidad. No sólo obvió la llegada de la crisis, sino que, después, ha ido prometiendo mejorías (primero con la liquidez y el crédito y hasta hace poco con cifras de paro más moderadas que las que se están registrando) que no se cumplen de ningún modo. Es evidente que no hay Gobierno suficiente para la entidad de esta crisis, como lo demuestra la querella artificial e inconveniente con los bancos, a cuyos dirigentes el presidente del Gobierno quiso retratar como alumnos en un aula de secundaria a los que impartía no se sabe qué consejos y admoniciones. De ahí al ridículo hay un paso.

No puede extrañarse nadie -y menos el Gobierno- de que en muy poco tiempo las direcciones radicalizadas de Comisiones Obreras e Izquierda Unida planteen a Rodríguez Zapatero una huelga general o un proceso de sistemáticas movilizaciones que van a ser bien comprendidas por la clase media española, que está recibiendo una enorme presión sobre sus espaldas: aporta con sus nóminas recursos a las Administraciones Públicas y no obtiene eficiencia en las soluciones que se implementan por el Gabinete. No diré que estamos a un paso del estallido social, pero sí de un cierto colapso económico porque avanza a galope tendido un sentimiento profundo de desconfianza y recelo. La falta de liderazgo gubernamental es un mal enraizado en este equipo de Rodríguez Zapatero, obligado a mover ficha con urgencia. El país no soporta 200.000 parados por mes.

La oposición es un capítulo aparte porque en la hora histórica en la que le tocaba alzarse como alternativa nítida aparece transida de contradicciones y enfrentamientos. No enlaza el PP con las esperanzas de los sectores centrales de la sociedad española porque carece de un proyecto definido. Precisa, como el Gobierno, de una recomposición en profundidad que le dote de credibilidad. Ahora no la tiene.

En contexto tan sumamente pesimista -pero realista también- se produce la ansiedad de que la crisis va muy por delante de los esfuerzos que se hacen por atajarla. A eso se denomina ineficacia, ineptitud, falta de idoneidad y de competencia. Estamos ante una emergencia nacional y quizás habría que establecer nuevos patrones políticos: desde pactos transversales Gobierno-oposición-sindicatos-patronal, a Gobiernos de concentración. Hay que aplicar imaginación y audacia para que la situación no se nos vaya de las manos. Ahora se nos escurre como agua en cesta de mimbre.

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