Última hora

De Fabiola a Eugenia de Montijo

Al ponerme a escribir sobre la reina Fabiola, que se debate, en estos momentos, entre la vida y la muerte, no puedo menos que recordar, con todas las diferencias personales, por supuesto, a mi paisana Eugenia de Montijo, la otra española que también fue "más que reina" de un país que no era, precisamente, el suyo.

Fabiola ha sido la mujer, amadísima mujer, del desaparecido rey Balduino. Pero, pasará el tiempo y se convertirá, para todo el mundo, en la reina Fabiola ó, incluso, en Fabiola a secas, un personaje que, como Eugenia de Montijo, entra en la historia únicamente por el lugar que ella mismo ha conseguido.

Como la que fuera Emperatriz de los franceses, la que ha sido Reina de los belgas podrá decir, desde hoy: "Mi leyenda ya está hecha y la leyenda vence siempre a la historia".

Fabiola y Eugenia, más que heroínas románticas que se vuelven locas de dolor, cuando pierden al hombre que las hizo reinas, son, según dice el biógrafo William Smith "heroínas griegas que permanecen en las tormentas sin flaquear ni pedir piedad". Mujeres que, en cada prueba Dios les da fuerzas para reaccionar contra el abatimiento y contra ese dolor.

Cuando belgas y españoles, por ser los más interesados en este melodrama real, esperábamos, con el corazón sobrecogido de emoción, la primera aparición pública de la reina Fabiola, repatriando los restos mortales de su muy amadísimo esposo, desde la localidad granadina de Motril, donde falleció frente al mar Mediterráneo, a todos nos sorprendió ver, a quien ya era la reina viuda, tocada, no con la "pena", ese velo negro que solía cubrir la cabeza y el rostro de toda mujer que antaño perdía a su marido, sino con uno de sus clásicos y poco favorecedores pañuelos, en este caso de color blanco, que es luto de reyes. También con un veraniego conjunto, de falda y blusa a rayas, que contrastaba, violentamente, con el riguroso luto de la muy afectada reina Sofía que acudió hasta Granada para despedirla.

Estoy seguro que la reina Fabiola es de esas mujeres para quien las fechas felices y desgraciadas de su vida, vida caracterizada por su generosidad y olvido de si misma, quedan señaladas tan solo en la intimidad de su corazón.

Un ejemplo de la generosidad a que me refiero dio Fabiola cuando, a las pocas horas de la muerte de su esposo, el Rey, y cuando el gobierno decretaba tres meses de luto oficial, ella, todavía Reina de un país en interregno y con el Soberano de cuerpo presente, pedía reducir ese luto a tan solo siete días para que la ceremonia de juramento del nuevo Rey, su cuñado Alberto, pudiera celebrarse jubilosamente.

¡El Rey ha muerto! ¡Viva el Rey!

¿Cabe mayor generosidad? Desgraciadamente no fue correspondida porque, enfrentada a la otra reina, Paola, fue desalojada, por sorpresa, del Palacio Real de Laeken y arrojada al palacio de las viudas.

¿Qué va a ser de la reina de ahora en adelante cuando ya no es ni tan siquiera reina madre ó madre de Rey?, se preguntaba el personal.

Su vida acaba como la de su compatriota Eugenia de Montijo quien, según su biógrafo William Smith "a medida que pasaba el tiempo se fue convirtiendo en la superiora de una orden desconocida de la que ella misma fijó las reglas y siguió los duros oficios. De renuncia en renuncia llegó a descubrir la perfecta resignación, aquella que no es voluntad, que no necesita, ni siquiera, un esfuerzo pero que se ha convertido en un Estado permanente. Allí fue donde se instaló hasta su muerte".

Jaime Peñafiel