Al gobierno británico y al de los Estados Unidos les importa mucho, de pronto, la opinión de sus nacionales, de suerte que antes de hacer lo que anunciaron al mundo que iban a hacer en relación a Siria, no sólo quieren escuchar a las cámaras donde reside su representación política, sino someterse a lo que ellas digan. Está bien, es lo suyo en democracia, y mucho más tratándose de acciones exteriores de guerra, cuyo gasto, así en vidas como en recursos, corre siempre de cuenta de los pueblos y no de sus dirigentes, pero a nadie le ha pasado desapercibido el hecho de que esa súbita sumisión a la voluntad de los ciudadanos se ha producido inmediatamente después de que China y Rusia, sus contrapoderes, amigos y abastecedores de El Assad, les amenazaran con las «imprevisibles consecuencias» de tocar una pieza tan sensible del damero de Oriente Medio.
China y Rusia han parado la mano americana y británica que podría escamotearles una ficha en el damero maldito
La opinión pública internacional se halla, más que dividida, abrumada ante el dilema de intervenir o no militarmente contra el régimen genocida de Damasco. Las guerras son todas nefastas, su duración es incalculable, y sus efectos, devastadores. De otra parte, ¿sirve la escalada bélica y la internacionalización del conflicto para detener la carnicería? ¿Cuántos civiles más, y cuántos soldados a la fuerza, civiles también en puridad, sucumbirían con la intervención? ¿Más o menos que sin ella? En Bosnia funcionó mal, pero por lo tardía, no por los cuatro bombardeos de la OTAN que pararon las matanzas. Irak y Afganistán fueron otra cosa, invasiones dictadas por los mercaderes de la muerte.
Cada potencia tiene adjudicadas sus fichas en el damero maldito, y China y Rusia han parado la mano americana y británica que podría, so capa del humanitarismo y la prevención hacia los gases, escamotearles una. China y Rusia, no el Congreso ni la Cámara de los Comunes, y menos aún los ciudadanos. Miedo. Pero para miedo, el que nos dan todos los responsables, todos, de este mundo que se desangra permanentemente.
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Rafael Torres