sábado, mayo 4, 2024
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El causante del seísmo

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La mañana del 11 de septiembre de 2001, con el Presidente Bush de visita en Florida, me encontraba trabajando desde casa en Alexandria, Virginia, en algún discurso olvidado de temática nacional que el presidente nunca llegó a pronunciar. Mientras se desarrollaban los acontecimientos en Manhattan, yo me marché a la Casa Blanca. Cerca del Pentágono, vi un aparato comercial volando bajo cerca de la autopista — tan bajo que pude ver claramente las ventanillas. Sólo más tarde consideré el miedo que llevaban encima.

Lo que siguió, por mi parte, fueron años de palabras. Palabras de consuelo. Palabras de resolución. Palabras en catedrales y ante el Congreso y en cementerios militares. 

Pero ahora, por fin, las palabras de la esquela de Osama bin Laden.  

El 11 de Septiembre tuvo el impacto cruel y aleatorio de un seísmo — pero un seísmo con un autor material, muy complacido por su obra. Nada fue más obsceno aquella jornada que su deleite. 

El 11 de Septiembre, sin embargo, América despertó a problemas más extendidos que el mal de un hombre y a objetivos más ambiciosos que su castigo. La principal repercusión estratégica del 11 de Septiembre consistió en rebajar el umbral de riesgo aceptable de América. En un mundo de innumerables peligros, el presidente tiene que elegir lo que confronta y lo que tolera. Una amenaza que germinó en Sudán y prosperó en los campamentos de entrenamiento afganos había sido considerada digna de seguimiento pero no de finalización.

Tras el 11 de Septiembre, esta amenaza y otras similares no iban a ser toleradas. Se llame prevención a esto o se esconda tras un eufemismo, un presidente estadounidense ya no iba a permitir que los peligros cobraran forma antes de actuar. La Guerra Afgana se volvió inevitable. La Guerra de Irak se equivocó de diagnóstico pero no de teoría — muchos menos habrían puesto reparos si se hubieran encontrado las armas de destrucción masiva. La perspectiva de un Irán nuclear se volvió menos aceptable. Los ataques con vehículos no tripulados y las incursiones de las fuerzas especiales contra objetivos terroristas empezaron y todavía se amplían.

El resultado ha sido un conflicto global de variable intensidad e incierta duración. Según el criterio de impedir atentados terroristas en América, ha sido un éxito. Según el criterio de las bajas militares supone un lastre triste y presente. Las normas de este conflicto sin precedentes han sido improvisadas por Generales, tribunales y abogados, para satisfacción de muy pocos. Los estadounidenses, en la medida en que prestan atención, parecen reacios a la empresa entera. Pero hasta un presidente que hizo campaña como candidato de la paz se ha visto obligado a través de sus reuniones diarias de Inteligencia a intensificar la guerra. Y no acaba en Abbottabad.

Recuperar la inocencia no es posible sin un aumento del riesgo. Con el terrorismo cada vez más activo a través de la tecnología, los cálculos pre-11 de Septiembre del riesgo aceptable son aún menos responsables. 

Desde el 11 de Septiembre, sin embargo, la teoría de la prevención se ha visto complicada por el desarrollo dispar entre los diversos brazos de la influencia estadounidense. El ejército estadounidense ha puesto de manifiesto una capacidad sin precedentes para decapitar a un régimen hostil. En palabras del Presidente Bush tras la caída de Bagdad, «Durante un centenar de años de guerra, culminando en la era nuclear, la tecnología militar se diseñó y desplegó para causar bajas a una escala cada vez mayor. Al derrotar a la Alemania Nazi y el Japón Imperial, las fuerzas Aliadas destruyeron ciudades enteras mientras los líderes enemigos que iniciaron el conflicto estuvieron seguros hasta los últimos momentos. El poder militar se utilizaba para poner fin a un régimen destruyendo la nación. este lunes, tenemos un poder aún mayor para liberar un país destruyendo un régimen agresor y peligroso».

Pero ha demostrado ser mucho más difícil reconstruir — o construir por primera vez — una sociedad funcional una vez que el régimen ha caído. El ejército y los marines se han puesto rápidamente a la altura de la tarea de la campaña de contrainsurgencia. La ayuda al desarrollo ha aumentado. Pero aún así los estadounidenses son mejores enseñando humildad a tiranos que construyendo identidades nacionales. En Afganistán no había alternativa buena. Pero ese esfuerzo presente ha creado alternativas esenciales en otros lugares.  

De forma que América tiene un reto estratégico: Tiene que prevenir la violencia que se ha asentado en estados disfuncionales y proscritos sin ocupar ni reestructurar esas sociedades. La alternativa a la construcción de la identidad nacional de corte afgano no es el olvido y la pasividad. Es el desarrollo de formas alternativas de influencia estadounidense — trabajando a través de intermediarios, atacando con vehículos no tripulados, promoviendo el desarrollo, llevando a cabo operaciones encubiertas. Y esto se traducirá en ocasiones, como ha demostrado de forma admirable el Presidente Obama, en el uso unilateral de la fuerza contra los enemigos de América.

Transcurrida una década desde el 11 de Septiembre, América es una potencia sobria pero no una potencia en retirada. Su determinación va más allá de administraciones y alcanza las regiones más distantes del mundo. Esta continuidad del objetivo estadounidense es el motivo de que bin Laden estuviera escondido y de que muriera. Y esperemos que, en el último momento, él sintiera el miedo que le encantaba despertar.  

Michael Gerson

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