miércoles, abril 24, 2024
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Houston, Houston… aquí Fresnedillas de la Oliva

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La improvisación, en este caso las prisas de los astronautas por descender de la nave y pisar el suelo lunar sin atender el riguroso programa establecido, motivó que la segunda de sus históricas frases, mucho más prosaica además («Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad»), tampoco fuera recibida en Houston, sino en Australia.

Estados Unidos necesitaba dos estaciones adicionales de seguimiento de las naves tripuladas para asegurar el contacto permanente con los astronautas mientras la Tierra rotaba, y fijó esos complejos espaciales en Australia y en España.

Cerca de 400.000 personas estuvieron implicadas de una u otra manera en la misión Apolo 11, y entre ellas cuatrocientos españoles, algunos de los cuales resolvieron a contrarreloj, apenas dos horas y cinco minutos antes del lanzamiento del Apolo, un problema que a punto estuvo de provocar la cancelación de la misión.

Un problema impedía la comunicación entre España y Houston, pero técnicos de la entonces Compañía Telefónica Nacional y de la NASA encontraron a tiempo una solución alternativa que aseguraba esa conexión.

DE MADRID A LA LUNA

Enrique Teruel, divulgador científico, especialista en exploración espacial y comisario de la exposición «De Madrid a la Luna», ha detallado los acontecimientos que hicieron posible el periplo espacial y ha recordado cómo se fraguó la colaboración entre la NASA y la Compañía Telefónica Nacional de España.

«Fue muy fácil», ha subrayado Enrique Teruel, y ha relatado que la NASA ya había elegido España (el complejo espacial de Maspalomas, en Gran Canaria) para algunas de sus misiones tripuladas (programas Mercury y Gemini) en plena carrera espacial a finales de los cincuenta y los sesenta.

Poco después del lanzamiento del Sputnik ruso en 1957, ingenieros españoles contratados por la NASA y Telefónica estaban ya «cacharreando» en la localidad madrileña de Griñón para familiarizarse con el funcionamiento de las comunicaciones vía satélite.

Ese conocimiento científico y tecnológico desembocaría después en las gigantescas estaciones de seguimiento de Buitrago de Lozoya (Madrid) y Maspalomas, primero; y las de Fresnedillas y Robledo de Chavela, también en Madrid, después.

«La tecnología ha evolucionado mucho en cincuenta años; hoy es difícil que fallen las comunicaciones, pero lo raro en aquella época era que todo funcionara», ha señalado Enrique Teruel, y ha insistido en que todas las misiones, además de los sucesivos fallos que los propios astronautas o el personal en la Tierra tuvieron que ir solventando, tienen una parte de improvisación.

Fue esa improvisación y la espontaneidad la que motivó que Neil Armstrong y Buzz Aldrin se apresuraran a descender de la nave para pisar la Luna sin respetar los tiempos de descanso que estaban previstos y que hubieran hecho coincidir esa histórica pisada con el horario en el que Houston tomaba el control de las comunicaciones.

El momento del alunizaje tuvo que ser «soportado» por la estación de Fresnedillas, que junto con el complejo de Maspalomas había sido diseñado y construido para manejar un ingente volumen de datos, voz e incluso televisión por satélite, algo que hoy parece rutinario pero que hace cincuenta años parecía ciencia ficción.

PROTAGONISTAS DE UN MOMENTO HISTÓRICO

José Manuel Grandela tenía entonces 23 años, sabía inglés y era oficial telegrafista de la Marina Mercante; optó por atender, siguiendo las recomendaciones de su mujer, un anuncio de la NASA reclamando técnicos con ese perfil para su programa lunar, aunque desde el principio él pensó que aquello era «fantasioso» y para personas superdotadas.

Superdotado o no, su preparación incluía además el dominio del código «morse», el alfabeto que se utilizaría para comunicarse con los astronautas en caso de emergencia, y días después de ver el anuncio ya estaba trabajando para la NASA y el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA).

Hoy, Grandela siente que ha sido protagonista de un acontecimiento histórico y rememora desde la serenidad cómo fueron aquellos minutos, y cómo pasaron de la alarma a la angustia y de la angustia al júbilo.

«Se nos salía el corazón del pecho», ha señalado, y ha recordado que antes del alunizaje y de la histórica frase se sucedieron varios problemas; primero saltaron las alarmas porque los ordenadores no eran capaces de procesar tanta información, y después porque a la nave le quedaban solo 30 segundos de combustible (a los 18 la misión se habría abortado) y porque las pulsaciones de Armstrong se habían disparado a 158.

«Aquello era demencial», ha observado José Manuel Grandela, que no olvida el júbilo que se desató en Fresnedillas cuando comprobaron y escucharon de viva voz, con una serenidad que no se correspondía con aquellas pulsaciones, que el Eeagle había alunizado.

Grandela continuó trabajando para la NASA y el INTA durante cuarenta años más, una trayectoria profesional que le ha permitido asistir como protagonista a muchos más momentos trascendentales e históricos en la carrera por la exploración del espacio, pero nada parecido a lo que vivió y sintió aquel 20 de julio de 1969.

A su lado, Carlos González era el responsable de las radiofrecuencias que permitían escuchar la voz de los astronautas («sin voz no habría alunizaje», ha destacado) y de hecho escuchó, medio segundo antes que sus colegas de Houston, la famosa frase de Armstrong.

Atendiendo también el anuncio que la NASA había publicado en los periódicos, fue inmediatamente seleccionado, aunque antes de incorporarse a la estación de Fresnedillas y al programa Apolo tuvo que cumplir el servicio militar como voluntario durante 18 meses, porque ése (tener la mili ya hecha) era uno de los requisitos exigidos.

En una conversación, ha rememorado la tensión que vivió durante las horas previas al alunizaje y cómo toda la adrenalina se disparó en forma de júbilo cuando devolvieron el control a Houston con la nave ya posada en la Luna.

Pensó que estaría dos o tres años más trabajando con la NASA, pero su vinculación se prolongó durante 43 años, un tiempo «en el que nunca he dejado de aprender» y durante el que ha asistido también a otros hitos históricos, «pero nada, nada, parecido a lo que vivimos hace cincuenta años».

Estrella Digital

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