viernes, mayo 3, 2024
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Los meses que cambiaron y derrumbaron el mito de Alexis Tsipras

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No es tiempo de héroes para la izquierda. Quizás nunca lo ha sido. Uno a uno han sido devorados por unas expectativas tan altas como imposibles de alcanzar. Unas promesas incumplibles que han arrojado al averno a los más osados. El populismo se ha cobrado sus víctimas. Se ha visto en España, Italia, Francia o Grecia como de los vítores se ha pasado al amargo olvido o al eterno odio. Le pasó a Zapatero cuanto acometió el mayor programa de recortes que ha visto España (ya le está ocurriendo a Pablo Iglesias), Hollande o Renzi tienen la popularidad bajo mínimos.

El primer ministro de Grecia (nuevo y antiguo), Alexis Tsipras, es uno de esos que aclamaban como héroe y que ha acabado gobernando con la rodilla hincada. Elevado al trono heleno como la gran esperanza de la izquierda de Europa (la izquierda más a la izquierda) pretendió cambiar las normas del juego en plena partida junto a su fiel escudero, Yannis Varoufakis. La pelea se antojaba épica frente a un rival que había doblado hasta las voluntades más fuertes, la denominada ‘Troika’ (tiene hasta nombre de villano) formada con el Consejo Europeo, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo. En apenas seis meses, Varoufakis desertó y Tsipras cambió por completo. De feroz revolucionario a servil reformador austero.

El antídoto equivocado

“Lo que no puede ser, no puede ser, y además, es imposible”, dijo en su día el torero Rafael Gómez Ortega más conocido como ‘El Gallo’, aplicable al caso heleno y al de Tsipras. El primer ministro ascendió a su puesto a base de mentiras y supuestos que más allá de sus votantes nadie creía. Un programa electoral del que apenas aprobó nada, más allá de reabrir la televisión pública. Un medio en el que ya le confunden con el del tiempo por sus continuas apariciones vendiendo ‘su verdad’.

Grecia era un desastre que había sido rescatado dos veces, al que se le aplicó una quita de más de 100.000 millones, con un sistema fiscal agujereado y sin capacidad de financiación (más allá de la que le otorga la Troika con intereses más bajos que los exigidos a Alemania). Los helenos adolecían de un sistema público tan grande como ineficiente y con una deuda sobre PIB del 170%. Creyeron los griegos que la solución a los problemas era más gasto público (justo lo que les había llevado a ese punto), y votaron al que más ofrecía, al sonriente Alexis Tsipras.

Punto por punto, el programa de Syriza traía consigo un enorme gasto público que Grecia no solo no tenía, sino tampoco podía conseguir. Con los mercados financieros cerrados a cal y canto, nadie en su sano juicio presta a un país que no solo es insolvente sino que dice abiertamente que no quiere pagar, Tsipras se topó con la dura realidad. No había que preocuparse, la teoría de la nueva izquierda tiene previstos dos bálsamos para esta situación: Subir impuestos a los ricos y la lucha contra el fraude.

El Gobierno de Syriza proponía poner un impuesto a las empresas con ingresos superiores al medio millón de euros y subir el impuesto a los ricos hasta el 60%. En su lucha contra el fraude Syriza estableció una Comisión para su lucha y llevó a cabo varias amnistías fiscales (sí, lo mismo por lo que ha criticado la izquierda a Rajoy hasta la saciedad). Los ingresos no llegaron y las medidas de Tsipras se quedaron en el mismo sitio que salieron: En el imaginario de la izquierda.

Llevar a cabo un programa que supone un sustancial incremento del gasto público en un país híperendeudado, sin acceso a los mercados y con un sistema de recaudación ineficiente no es ya una temeridad, sino una ensoñación. Y como “lo que no puede ser, no puede ser, y además, es imposible” Tsipras tuvo que olvidarse de su programa electoral antes y ahora en su nuevo gobierno.

De feroz negociador a sumiso cumplidor

Con todo ello, llegó el momento cumbre del héroe Tsipras: Ajusticiar a la Troika y someterla para hacer libre a Europa de los mercados financieros. Curiosamente, con quien negociaba Tsipras no eran los denominados mercados sino con los gobiernos democráticos elegidos por el resto de ciudadanos europeos. Y a quien amenazaba con el impago no eran Hegde Funds, multinacionales o bancos (que también están formados por ciudadanos, que son sus accionistas) sino a quien quería hacer libres, los ciudadanos europeos.

Quizás pueda tratarse una de las peores negociaciones que se han visto. Mensajes opuestos, continuas amenazas, ataques a los acreedores a los que llamo sin pudor “terroristas” y muchos desplantes amenizaron las reuniones durante seis meses. Varoufakis fue relevado tras un Consejo en Riga en el que se enemisto con toda Europa.

Fueron más de seis meses hasta llegar al punto álgido. A finales de junio, Tsipras decidió cerrar la puerta a un acuerdo casi cerrado para realizar un referéndum sobre las proposiciones de los acreedores para un nuevo rescate. «La voz la tendrá el pueblo» aclamaba mientras aplaudían su posición desde la izquierda europea. Ese fue su final. También su principio. Aquella votación lo cambió todo y en realidad no cambio nada. De héroe a villano. A pesar de imponerse el ‘no’ (OXI), Tsipras viajo a Bruselas con su nuevo escudero Tsakalotos y no solo firmó un rescate con peores condiciones que el casi cerrado días atrás, sino que tenía al país colapsado debido a un corralito y con el sistema bancario en respiración asistida. Desde el momento de la firma, Tsipras se ha convertido en el defensor más aguerrido del mismo.

El nuevo Tsipras austero

“El propósito de estas elecciones es legalizar la capitulación que siguió a la aceptación del humillante, irracional e insostenible tercer rescate”, declaraba Yannis Varoufakis en realción a las elecciones anticipadas puestas por Tsipras. El primer ministro era consciente que tras la firma del acuerdo que su poder en el Parlamento se había visto mermado, la parte más radical de Syriza (unos 30 parlamentarios) no aceptaban el acuerdo.  Aprovechando que las encuestas le daban como claro ganador decidió convocar una nuevas elecciones, a las que se presentó con un programa contrario al de hace ocho meses y defendiendo los intereses de la Troika. Curiosamente ganó con más margen que antes. ¿Qué votan los griegos? ¿un programa, unas ideas? La realidad es que Tsipras revalidó la confianza, a pesar de decepcionar a casi todos. La jugada le salió bien.

El hombre que iba a cambiar Europa y “acabar con los mercados y la Troika”, arrodillado hasta el punto de formar una Comisión para velar por el cumplimiento del rescate. Un acuerdo que concreta una bajada de las pensiones y que desincentiva las prejubilaciones (aunque prometió subirlas). Un acuerdo que limita el salario mínimo (cuando prometió duplicarlo). Un acuerdo que sube los impuestos como el IVA (cuando prometió bajarlos). Un programa que incluye un plan de privatizaciones (cuando prometió nacionalizar sectores). Un programa que acepta su inmensa deuda.

Tsipras ha ganado las elecciones en dos ocasiones aunque mintió deliberadamente en enero. Ahora, arrinconado y arrodillado, no por los acreedores, sino por sus propias ideas no es sino una caricatura de lo que pensaban que era. Otro monumento caído de la izquierda. Otro héroe convertido en villano.

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