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Lo indeterminado

No había una particular ilusión por volver a ver al Real Madrid y eso es grave. El equipo de Ancelotti no concita suficiente odio, ni siquiera en su propia hinchada, para que verlo plantado sobre el césped sea una prioridad para el español sin chiste ni relato; el que anda por ahí apesadumbrado con ganas de ser otra cosa que esté mejor pagada.

 Al final de una Navidad indefinida -sin sangre en las aceras, ni olas de frío, ni ridículos ceremoniales y con la parafernalia de la alegría a media asta- aparecía una liga española que sin Mourinho tiene un interés rácano, de competición deportiva municipal, fuera de la mascarada y el teatro, y con Europa todavía muy lejos para poder medir la altura de los contendientes. El Madrid se ha quedado varado en un mar sin alicientes. Con la esperanza de sobrevivir hasta que un equipo alemán lo reduzca a escombros, y obligue de nuevo a un verano pornográfico que resitúe al club en el centro de todos los odios. Las noticias que llegan desde Prusia son alarmantes; al parecer Guardiola se ha hecho con una de las joyas del mercado, Lewandoski, que era la que le faltaba para acabar de formar su mecano infernal. Ese mismo jugador hubiera sido tachado como tronco si el Real llega a ficharlo, pero en la distancia brilla como si lo acabaran de detonar. El madridista no se acaba de creer el presente de este equipo, ni la disposición de sus figuras sobre el escenario, y por eso busca su propio escarnio oteando catástrofes venideras. Pep y Alemania: la Überbestia. Y el español, cosido por la espalda al madridista, sólo piensa en la pervivencia de él y su nación sin más motivos que el estar (eso es España: una sala de estar) y sobrervivir al siguiente embate, no caer derrotado o levantarse al instante, como dictan las normas de Rafa Nadal, indesmayable representante patrio del absurdo del deporte.

Pues sí, volvía el Madrid desinflado de odios y de juego contra el Celta de Vigo: equipo de Luis Enrique, aquel intrépido asturiano que con los merengues corría una maratón en cada partido sin que quedase demasiado claro el porqué. Cuando cambió de bando se convirtió en una especie de lanzadera, que se estiraba la camiseta en demostración de orgullo periférico al conseguir arponear al dragón en Chamartín. Un hombre sin clase, de gestos antipáticos y sobreactuados al que Zidane desfiguró hasta convertir su cara en una mueca. No fue suficiente para mover a la afición a filas. Algunos silbidos, y una grada joven que todavía ronronea y no hiere al rival. Una grada joven, en el fondo sur, a la que los Ultras le hicieron un paseíllo -pleno de insultos y amenazas de muerte-  acordonado por la policía y festejado por algunos periodistas. Un estadio que sólo hirvió en protesta contra el juez y contra Di maría, dueño de otro partido incontrolado que dejó un reguero de balones colgados a ninguna parte y un gesto ostentoso a la grada, acomodándose la taleguilla, que es algo así como la despedida por las bravas del chico de barrio. Ahí os quedáis. Yo me voy con mi fútbol esquizoide a otra parte.

Cuando el partido todavía estaba en zona de tanteo, Rafinha, hijo de mazinho, hermano de Thiago, promesa emergente novísima y polivalente; dejó a solas con el portero a un jugador del Celta. Diego López estuvo espléndido en la salida, y no hubo necesidad de ajusticiar a los centrales. El partido siguió por el cauce con el que había empezado. Un 4-2-3-1 en el que los tres de adelante se incrustan tan cerca del área que se confunden con la línea de centrales rival; nulo juego entre líneas y un retorno defensivo inexistente para los delanteros que convierte cada posesión rival en la antesala de la oportunidad de gol.

Ramos sigue estancado en uno de sus periodos no creativos. Su incandescencia irradia cretinez, no poder. Y así cualquier jugador tiene fácil engañar a la defensa con una pared bien montada. El Real ha ido dejándose jirones de energía en el último mes hasta completar partidos enteros en stand-by. No se sabe si por falta de entusiasmo o porque esperan retos mayores donde coronarse reyes. La disposición sobre el campo, con tantos jugadores entre Cristiano y su objetivo, no ayuda a darle fluidez al juego. Hoy el portugués apenas se meneó, e Isco se pareció más a una figurita de un belén español, estático y pinturero, que a un auténtico jugador de futbol.

Con Xabi eternizándose en el inicio de la jugada, dibujándola tan lento que anticipaba los pases, como para darle tiempo al taquígrafo para escribirlo en las actas del partido. Con un Benzemá que vuelve a estar en transición hacia zonas de la consciencia que sólo él contempla, y en el mundo real, el Bernabéu, vaga por ahí combinando lo justo para que no lo despidan. Con Di maría, al que le conocen tan bien sus trucos que los defensas le dejan un océano en el sitio de su pata de palo y que se divierta con sus caracoleos estériles. Con Marcelo, que de un tiempo a esta parte se dedica a colgar balones como si quisiera acceder a la normalidad. Con una posesión exasperante, por lenta, por obvia, yendo y viniendo el balón sin girar al adversario, con intenciones casi pedagógicas. Con todo eso se fue montando la fiesta del aburrimiento que fue el primer tiempo madridista. Jugadores en sus puestos. El movimiento justo. La técnica atrofiada. El estadio sin sonido. La parálisis general.

Sarabia, el comentarista de la tele dejó una frase para el análisis: “ha sido mano, pero no lo suficiente para pitar penalti”. Eso, dicho sobre la repetición de una mano en el área a cabezazo de Pepe en un balón que iba directo a portería. Cosas de la objetividad vasca cuando se derrama sobre asuntos españoles. Poco después, otro señor del Celta abrazó amorosamente a Cristiano en el área y Sarabia explicó que era una infracción como otras tantas. Penalty, aunque no hay por qué pitarlo desgranó con su tono mortecino. Golpearon a Isco en la cara y por supuesto fue un gesto instintivo, reflejo. Un gesto normal, como doblar a una vieja en un paso de cebra, de un patada de kárate. Debe dar miedo salir a la calle en el pueblo de este señor.

Entre el final de la primera parte y el inicio de la segunda, el Celta compuso su figura en ataque y se adueñó de la zona media del campo del Real. Xabi, hoy muy oxidado, no llegaba, y las combinaciones del equipo gallego encontraban fácil el cauce hasta plantarse a unos metros de Diego López. Como se repite tantas veces, el equipo pequeño tenía el juego, pero no el oropel del gol.

Saltaron casi seguidos al césped, Bale y Jesé, sustituyendo a Isco y Di María, y el viento comenzó a correr de otra forma diferente. Jesé con esa cualidad suya que hace detonar todas las jugadas con las que se encuentra de cara. Lo de Bale es otra cosa. Sigue sin haber aterrizado, pero con su calma y esos 40 metros que le han regalado en banda, inclina los partidos con la tranquilidad de los que escriben la historia. Fue primero un pase del galés desde el sitio aquel con el que Di maría había martirizado a los televidentes. El de Gareth cayó mucho más allá de lo razonable, y lo recogió Jesé que siempre llega con su trote fulminante. La jugada se desdibujó en su último plano pero el peligro ya estaba escrito en todo el equipo. Benzemá y Modric se acabaron de enchufar a la red y dos jugadas después, Carvajal cruzó hacia el canario en zona mortal, en el área, cerca del lío, y el canario pensó un rato. Fue Benzemá el destinatario de un pase extraño pero eficaz, y el francés en escorzo metió el balón en la portería desatando el nudo que atenazaba al estadio.

Había un problema y era la inexistencia de un comandante en la presión. Cristiano-Bale-Jesé-Benzemá, dan miedo pero no están hechos para las tareas del hogar. Modric e Illarramendi roban por detrás y enfrentados, son una barrera trasparente para el contrario. Carvajal y Marcelo andan por sitios dispares y Ramos, está en el país de nunca jamás. Así las cosas, los célticos jugaban fácil y se adentraban sin oposición en territorio madridista creando peligro, pero no terror. Y el Madrid devolvía los golpes con mucho más veneno que el de su contrario.

Otra internada de Carvajal, dejó un pase lento, casi vacilón que no alcanzó a tocar ni la defensa ni el portero, fascinados por la comba hipnótica que dibujó el balón. Cristiano, llevado por su ansia, se arrastró con todo y marcó su primer gol del año. Ese fue el final oficioso del partido aunque los chavales siguieron haciendo como que jugaban un rato más. En el tiempo añadido, Bale sprintó en su demarcación, se la puso recta y dura a Ronaldo y ahí acabó todo; con un engañoso tres en el casillero Real, y una sensación indeterminada en el aficionado, que no sabe si esto avanza hacia una catástrofe pequeñita y para todos los públicos, o si el combinado de estrellas cuajará en algo sólido antes de que el tiempo, (los alemanes), nos alcancen.

Ficha técnica

Real Madrid: Diego López; Carvajal, Pepe, Ramos, Marcelo; Xabi Alonso (Illarramendi, m. 46), Modric; Di María (Bale, m. 65), Isco (Jesé, m. 62), Cristiano Ronaldo; y Benzema.

Celta: Yoel; Hugo Mallo, Cabral, David Costas, Jonny; Augusto (Nolito, m. 69), Oubiña, Álex López (Krohn-Dehli, m. 60); Rafinha, Charles (Santi Mina, m. 77) y Orellana.

Goles: 1-0. M. 67. Benzema. 2-0. M. 82. Ronaldo. 3-0. M. 93. Ronaldo.

Árbitro: Álvarez Izquierdo.

Unos 60.000 espectadores en el Santiago Bernabéu. Se guardó un minuto de silencio por la muerte de Eusébio.

Ángel del Riego