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Las autonomías como problema

De pronto, el Gobierno, en sus esfuerzos de ajuste, es consciente de que el déficit –y con él la carísima emisión de deuda- depende también, y muy especialmente, del comportamiento de las administraciones autonómicas. Asegura que, por las buenas o por las malas, las comunidades autónomas cumplirán sus objetivos pero la realidad es doblemente grave. En primer lugar, porque el déficit de estas administraciones se dispara tanto por el gasto directo de las mismas como por la pléyade de sociedades públicas que cada una ha puesto en marcha, escapándose de algunos controles y propiciando un clientelismo más que nocivo. Han sido ya muchos años de un desbordamiento injustificable, mucho mayor que el de los ayuntamientos, que no tienen resuelto ni un esquema eficaz de competencias ni un sistema serio de financiación. Hay que poner coto definitivo a algo que no nos podíamos permitir ni en momentos de bonanza económica.

En segundo término, la deriva del sistema autonómico, con una voracidad competencial y un caos económico como el que se va certificando, ha creado un sistema en el que se solapan las administraciones y se da lugar en la práctica a una suerte de confusión y de vetos que impiden el sentido común en la gobernación y, en el fondo, las política generales, necesarias en todo momento e imprescindibles en una situación de crisis y emergencia como la actual. Ni pueden darse normativas contradictorias que dificultan el desarrollo económico y la unidad de mercado, ni puede aceptarse una financiación autonómica inconcreta en la que la paz se consigue, coyunturalmente, a base de cesiones y de deterioro de las políticas generales.

Entrar en este asunto es más serio que exigir el cumplimiento de los objetivos de reducción del déficit y, aunque resulte fundamental en las circunstancias actuales, no parece que el Gobierno –ni la Oposición- quieran hacerlo con el rigor preciso. No se observa ni decisión política ni, sea el color que sea el de los gobiernos regionales, una alternativa a lo que hasta ahora no ha supuesto más que problemas para todos a costa de privilegios a unos pocos. Lo malo es que, sin resolverlo, se dificulta la batalla contra la crisis y se torpedea la recuperación futura. Es una asignatura que los alemanes, con un gobierno socialista a la cabeza, aprobaron ya hace tiempo facilitando la coherencia y ka recuperación de ahora. Nosotros pensábamos, tan tonta como ingenuamente, que, como crecíamos, no era necesario.

Germán Yanke

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