Hundir la flota
Al minuto y medio de juego, Cristiano midió el odio que albergaba el Sadar con un disparo lejano. La gente estaba haciendo la digestión y nadie se inmutó. Era Pamplona, donde nunca se firmó la paz. Ancelotti se arrimó al peligro con un equipo muy amplio, laterales tan abiertos que no se distinguían, y Xabi, Modric e Isco en los salones interiores preparados para detonar a los tres de arriba. El Real tuvo 15 minutos con las piezas encajadas y la ocasión de gol, perfilándose detrás de cada jugada. Pases tensos, sin dilación, con Isco ronroneando y subiendo de tono en el momento adecuado. La defensa rojilla, muy atrás, temerosa de Dios, esperando la ejecución. Alarcón se la dejó de tacón a Cristiano en una jugada fluida, de fútbol geométrico por el interior, y era gol, porque era Ronaldo, sólo contra el portero.
Y falló.
Cristiano quedó tocado, con una nube de parajillos flotando alrededor de su cabeza. Esa fue la primera sacudida que bajó la tensión del equipo. Siguió una llegada del Osasuna muy ortodoxa, que sonó a peligro sin conjurar. Los laterales del Madrid –Carvajal y Marcelo- suben o bajan aleatoriamente y convierten en héroes a los contrarios que atacan su zona. Está también la propia amplitud del equipo, esa bóveda con una fragilidad en su base, que Xabi parecía haber arreglado. Pero Alonso está falto de ritmo, o quizás esta lentitud sea ya su velocidad, y cuando el juego se desajusta, los rivales lo notan y acampan cerca de sus dominios. Saben que su pierna está lejos de llegar puntual. Hubo un centro Osasunista muy lejano, que apenas alarmó en los bares, y un titubeo en el área madridista entre Diego López y Pepe que le dejó franco el balón al rematador.
Ahí comenzó el partido. Con el gol del Osasuna que despertó los viejos rencores de la grada.
-¿Qué? ¿Dónde está Casillas? Preguntaba un cierto madridista en los bares, que detesta el fútbol, que detesta el método, y al que sólo le llenan los símbolos, cuanto más manoseados, mejor. Un madridista del niño Jesús, con el ribete rojigualdo en el polo y la cara henchida de indignación por motivos insondables.
Al pequeño drama siguió su coda esperpéntica. Una patada de Ramos al aire, muy lejos del atacante, que anduvo listo y fingió la dentellada de un monstruo. El árbitro miró muy serio a Sergio y vio en su cara el vestigio de la culpa.
El partido demandaba tranquilidad del Madrid, ritmo moroso, un ir y venir hasta que estallara la ocasión. En vez de eso, Cristiano quiso ser la ley y aceleró todas las jugadas que morían a las primeras de cambio contra los arrecifes del rival. En una escena aislada, Modric apareció en el área rojilla llevado por esa facilidad suya, tan elástica que parece un viento. Se quitó de en medio al rival y éste le derribó. Dicen que desde el espacio se ven tres construcciones: la muralla China, el halo de santidad de Del Bosque y la suma de los penaltis no pitados al Madrid desde que llegó la democracia. A partir de ahí llegó el caos que late siempre en el fútbol y que intentan posponer los entrenadores con sus tácticas magníficas y la perfección asociativa de sus artistas. Xabi, destemplado, fuera de eje, no supo cambiarle la piel a un partido que se le iba de las manos a los blancos, y el ritmo –fundamental para que se ordenen alrededor de la pelota- se esfumó entre los gritos burlones de la hinchada. El Osasuna convirtió el asunto en un plano contraplano constante. Un juego enmarañado que hace felices a los niños del norte y ponía cada vez más nerviosos a los grandes figurones y su cohorte de actores secundarios. A un despeje de Pepe le seguía un cabezazo de Ronaldo a zona muerta; empezaban la jugada los navarros con un envío largo a la espalda de Marcelo. Ahí aparecía un emboscado que centraba a zona de guerra; volvía el despeje de Pepe y ahora le llegaba a Modric, sin pausar porque tenía a un Ronaldo histérico pidiéndole la pelota que volvía a perderla cada vez más lejos de la portería contraria y sin el gol a cuestas de todas las noches anteriores.
Bale y Benzemá no estaban muy interesados en el desarrollo del partido y vagaban por el césped con el aire distraído de la gente que tiene el futuro resuelto. Karim hizo un partido hermético, indescifrable para la longitud de onda de la especie humana. La ausencia de Bale tiene una explicación táctica, lo cual es reconfortante porque desde el ocaso de Raúl, cuando se instala lo irracional, pierde el Madrid. Y es que la ausencia de Khedira daña a Bale, le deja sin campo, le sustrae la pelota y el espacio, lo manda hasta el final, hasta la esquina donde no tiene más escapatoria que el centro aturullado. Donde Isco secuestra el balón, Khedira arrastraba una marca. Afinar esa armonía que duró un mediodía y su tarde correspondiente, es cosa del entrenador. Es Carlo quien tiene que medir los pesos atómicos de los centrocampistas y barajar la ecuación con el espacio, el tiempo, el pase y la ocasión. Siempre pendiente de Cristiano y Bale que necesitan largas diagonales hacia el área y un trocito de césped en las esquinas de la mediapunta.
En un córner que bajaba con mala pinta, el Madrid encajó el segundo gol. Un remate franco de un jugador tan solo en el área que daba vergüenza verlo. La parada en artículo mortis de Diego López. El rebote, Marcelo haciendo el indio y la ejecución.
Como el Real tenía ganas de incinerarse rápido (deja un bonito cadáver y eso), llamó a Ramos a filas y se acabó la razón. Gesticuló exasperante el andaluz y pareció un manotazo a un rival que agonizó entre estertores. Las repeticiones no aclaran si fue un intento de asesinato o una performance muy ensayada por los dos contendientes. En ese preciso momento, una idea siniestra se coló en los corazones madridistas: la imposibilidad de ganar la Copa de Europa -competición donde errar es morir- con una defensa llena de tarados. Tarados a ratos geniales, otras esquizoides, con demasiada imaginación y pocas ganas de atender lo cotidiano. Y con una ayuda escasa en centro del campo, sin una inteligencia rectora –como el universo, que es gélido y absurdo, así fue hoy el madrid- que mueva algo que vaya más allá del balón o la disposición errónea de un compañero. Que mueva el partido en la dirección que le conviene al Madrid. Eso no lo tiene Xabi –que no trasmite-, ni Modric –recién llegado- y Cristiano está tan lejos, que es más un cometa al que atarse, que una luz que todo lo bañe y envuelva las piezas cuando estén cerca de separarse. Aún así, fue un Ronaldo arrebatado el que encaró a todo el Osasuna y se la soltó a Isco en su zona preferida: la frontal. Un disparo seco y lamiendo el palo puso el 2-1 con el que los dos equipos se fueron al descanso.
En la segunda parte Carlo tocó todos los botones de la consola, cambió a los jugadores de posición hasta que ninguno se encontró a sí mismo sobre el campo y el Madrid marchó sonámbulo hasta los minutos finales, en los que la expulsión de un rojillo, volvió a meter en el encuentro a los blancos. Primero fue Xabi obligado a ser central, dejando un centro del campo de papel, con Isco y Modric, sobre los que resbalaban los Osasunistas sin oposición y llegaban francos al área rival donde morían sus embestidas de fútbol primitivo. Luego se sumó Di María, con mala cara, y una estadística impoluta: regaló el 100 % de los balones al equipo rival. Un Di María centrocampista sin médula ni orden, que tuvo la final y se embarulló con la pierna derecha, cuando tenía a unos metros a Jesé, sólo, sin acreditaciones y que iluminó más zonas del campo en sus 10 minutos de caridad que todos los atacantes del Madrid hasta entonces. Volvió Xabi a la medular, formó con el malagueño y un trozo del argentino. Dio igual. Los jugadores parecían correr hacia atrás, y sólo la locura de Pepe persiguiendo un balón viscoso que centró Isco, permitió empatar al Real.
El Madrid reparte alegría por las tierras del norte dejándose puntos y jirones de autoestima. Su defensa es una de las más altas cimas del pensamiento moderno y eso desestabiliza a todo el sistema. No hay un cerebro rector, y en todo caso ese cerebro no se pone a disposición del conjunto de los contribuyentes. Cuando el contrario grita duro y pone trampas en cada zona del campo, no basta con el orden y el talento. Para deshacer el entuerto están los jugadores nación. Ahora mismo no están, no existen, o no han sido detonados. Y esa será la plaza donde se juzgue al reo.
Ángel del Riego