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El naufragio de una familia normal

Las tres personas envenenadas y muertas por la presumible ingesta de alimentos caducados componían, junto a la única superviviente que se restablece en un hospital de Sevilla, una familia normal, una familia como tantas: el padre, fontanero, en el paro, la casa embargada por el banco, la solicitud de socorro puesta y durmiendo el largo sueño de la burocracia... Era una familia normal, como tantas, y por ello tan vulnerable que no ha sobrevivido a las añagazas de la anormalidad absoluta, despiadada, letal, que el Gobierno de Rajoy, pendiente solo de no incomodar a los prestamistas internacionales, lleva dos años imponiendo a la nación.

Los cartones que recogía por las calles esa infortunada familia normal apenas le proporcionaban lo suficiente para pagar el combustible de la vieja furgoneta que empleaban para tal menester. Los céntimos de beneficio neto no alcanzaban, cuando los había, a mantener los organismos en vertiginoso crecimiento de las dos hijas adolescentes, ni tampoco, claro, los muy fatigados de los padres sexagenarios, de suerte que buscaban donde fuera, para no morir, algo que llevarse a la boca. Se dice que fue un pescado podrido, traidoramente enmascarado por el adobo, el que les destrozó el estómago y el hígado en su última cena, pero tampoco la intervención primero dubitativa y luego tardía de los servicios sanitarios, también tocados, como se sabe, por la anormalidad vigente, contribuyeron a salvar la vida de esa pobre familia normal.

Consumir alimentos caducados es, por mucho que contraríe alguna peligrosa y frívola tesis ministerial, un disparate, una ruleta rusa. El secreto del sumario, establecido por el juez que se ocupa del caso, impide de momento conocer las causas precisas de la muerte de esa familia de Alcalá de Guadaira, el pueblo tradicionalmente panadero donde hoy se pasa hambre. Se habla también de suicidio colectivo, pero aun así vendría a ser lo mismo si el motivo fue la miseria impuesta y la imposibilidad de remontarla. Sea como fuere, lo cierto es que esa familia normal se vio sumergida de súbito, como la mayoría de las familias normales españolas, en una ciénaga de anormalidad absoluta, la que niega el alimento al ser humano, y no pudo, naufragada así, alcanzar a orilla.

Rafael Torres