De cuando Lucy Liu excursionó con Castelnau en la cadera

Haré un breve recuento informativo: Una vez aquel yankee negro finiquitó mi calidad de campeón de Europa de los grandes pesos cuando fui a los USA para disputarle su cetro boxístico mundial, quedé allí como guardaespaldas de famosos.
Me contrató un día la bella, la cimbreante Lucy Liu; la de la aristotélica melancolía triangular de sus labios a un tris, siempre, de tornarse despectivos.
No entré con buen pie, empero.
Dije que su belleza elástica me recordaba a Linda Fiorentino, y se le crispó el gesto –sus labios fueron entonces despectivos– a tal punto que supuse me despediría. Pero soltó sin más que necesitaba documentarse pues haría la Jane de una versión neotarzanesca para chinos, quizá dirigida por el pesado y populachero Jackie Chan, o acaso por el plúmbeo Zhang Yimou. Como Tarzán les resultó imposible contratar a Hércules Cortés, aquel luchador vasco de Catch as can catch, de los tiempos del Campo del Gas.
No estaba contenta mi dama Lucy Liu, sin embargo, con el que llevaron para hacer de mona Cheeta: Un inglés afrancesado, el aventurero Castelnau, François Louis Mompar de Caumet Laporte Castelnau (1810-1880).
Ya incómoda la bella cuando Castelnau se le ahorcajó en la cadera.
–Me arrima material, el muy cerdo –se me quejó.
–Suéltele un cachete –recomendé.
Lo hizo y Castelnau se repuchó. Siguió hablando como si nada.
–¡Dios, qué verborrea! –volvió a clamar Lucy Liu–. Es como un bonobo cascajero ducho en el lenguaje de signos… ¿Por qué no me darían aquel papel con un monito de compañía tal que mi dulce Su Tungpo, el inventor de la tinta china que lleva su nombre, dibujante y poeta excelso, admirado por Don Álvaro Cunqueiro?
Nada. Llegamos a la extenuación por las riberas del Amazonas para comprobar que era verdad lo de Castelnau: En un viaje anterior quiso comprar un mono coatí que pertenecía a una india, a la que ofreció mucho dinero y licores a cambio de la magnífica bestia… La mujer se limitó a reír. Un indio dijo a Castelnau: «No insista, no se lo venderá… El mono es su marido»… Consulten los incrédulos el libro de Bram Dijkstra, titulado Ídolos de perversidad.
Lucy Liu dejó plantado en la selva a Castelnau, y no sin soltar –ella– mucho dinero, llegamos finalmente a Iquitos.
Antes de regresarnos a los USA, una noche en la piscina del hotel, me pidió mi dama que vigilase, pues quería nadar desnuda… Nada digo, como indica el manual del buen guardaespaldas al que contrata una dama… Pero… «El hombre, esa terrible mezcla de ácidos nucleicos y de recuerdos, de deseos y de proteínas», dice François Jacob (premio Nobel de Medicina en 1965, con André Lwoff y Jacques Monod) en su libro El ratón, la mosca y el hombre.
Imagínense mi noche de ipsación.
José Luis Moreno-Ruiz